Era sólo cuestión de tiempo que España comenzase a pagar el carísimo precio, la factura y la hipoteca de quedar en manos de dirigentes mediocres e ineptos. Ha llegado la hora porque se ha superado, con creces, el punto de no-retorno. En efecto, un cambio de ciclo político parece avecinarse y, con ello, la salida del poder de quienes, desde el desgobierno, han triturado (y siguen en ello) el sistema del bienestar en España. Pero antes será inevitable una larga travesía del desierto, un verdadero calvario. Con toda seguridad, se aprecia con mayor nitidez cuando el socialismo se encarama a lo alto de las instituciones del Estado (ahora, para más inri, de la mano del comunismo); pero igualmente cuando tiene una alternativa, España queda mermada en su capacidad para crecer y generar prosperidad por su propio ‘esquema político’.
Difícilmente se puede discutir o rebatir que nuestro país se halla preso de unas elites extractivas que consumen los recursos de la población, ganados con el sudor de su frente, para mantener e intentar perpetuar sus privilegios. Así, no es ningún juego fácil de palabras -tampoco ninguna paradoja- que tenga por desgracia más sentido hablar hoy no de Estado de bienestar sino de bienestar del Estado: toda una arquitectura oficialista (grasa política sobrante, escuadrones de asesores indoctos, chiringuitos locales, regionales, autonómicos o estatales por doquier…) para la que el sufrido contribuyente trabaja 24/7; un error, un insulto, un abuso.
En España, el súper y las gasolineras, como es sabido, se han convertido en lugares prohibitivos. Pero sólo para las otrora aburguesadas clases medias, no así para quienes son amamantados por las ubres del sistema. Y lo peor aún es que entre éstos últimos no abundan quienes han alcanzado sus posiciones mediante el mérito y el esfuerzo sino que predominan los poco o nada instruidos: aquellos que, dopados con frecuencia de sectarismo, se han topado con el chollo de su vida, que en muchas ocasiones no han podido ganarse de otro modo, pero que desde la política disfrutan a costa de los demás; aquellos que, así las cosas, se dejarían matar antes de renunciar a sus sinecuras.
Las ‘elites’ políticas en España son hoy una simple caricatura que, empobreciendo a vastas capas de la sociedad, están generando resentimiento y creando el caldo de cultivo para el desprecio. El vaso, hace tiempo que está colmado. Son oligarquías de poca monta, a las que difícilmente se las puede sacar de casa, por ser su falta de conocimiento y peso tan sumamente dramática.
Esta aristocracia de la chapuza no sólo ha llevado a la lona la salud económica de todo un país. Es una amenaza para nuestra democracia. El próximo gobierno de España tiene un reto, por consiguiente, que está pendiente desde la Transición: demostrar que la alternativa no es similar a la alternancia; no debería serlo. Y que las arruinadas clases medias españolas buscan, de verdad y por fin, algo más que un cambio de camiseta. ¿Alguien se atreverá a ponerle el cascabel al gato?