Qué es la solvencia y tipos de solvencia
La solvencia es uno de los mejores indicadores de la viabilidad de un proyecto o empresa a corto plazo. Si una compañía puede hacer frente a sus gastos porque tiene suficientes recursos, entonces, puede decirse que es solvente. Esto es muy importante para poder afrontar las crisis y los cambios en el mercado o la economía.
Una empresa con poca o limitada solvencia no podría hacer frente a dichos cambios y acabaría en la quiebra en un momento determinado de tiempo si es que no se toma alguna acción. Además, la solvencia está estrechamente ligada al concepto de riesgo de crédito, ya que representa la capacidad de la propia empresa para que su capacidad de cumplir con los pagos y mantener los beneficios, se vea o no alterada en momentos difíciles.
Por otra parte, la solvencia es lo que permite a un negocio cumplir con sus obligaciones de deuda de manera continua, de modo que, para medir la solvencia hay que calcular la deuda a largo plazo en relación con sus activos y patrimonio. Así, una relación deuda-capital baja implica que las operaciones de la empresa están financiadas por los accionistas, no por los acreedores. Esto conlleva una importante ventaja en ahorro de intereses.
Tipos de solvencia
Cuando se habla de solvencia, hay que tener en cuenta que, para poder calcularla, es importante distinguir entre dos tipos diferentes: solvencia técnica y solvencia efectiva. La primera hace referencia a una situación en la que la empresa tiene unos activos que permiten generar el efectivo necesario para costear sus obligaciones de pago. La segunda, se refiere más bien a un tipo de solvencia a corto plazo.
En la solvencia efectiva, la empresa puede hacerse cargo de sus deudas, pero solo si vende activos o recibe nueva financiación. No es que disponga de la capacidad inmediata de hacer frente a los pagos, sino que puede conseguirlos mediante un aumento de capital o cualquier otro tipo de operación financiera que le permite conseguir efectivo. En estas circunstancias no se puede hablar de salud financiera a largo plazo.
Qué es la liquidez
Sabiendo que la liquidez representa la posibilidad de convertir activos en dinero efectivo de forma inmediata, la cantidad de billetes y monedas que tenga una empresa, o los depósitos bancarios supondrían los elementos de mayor liquidez. No obstante, otro tipo de activos como acciones, fondos de inversión, depósitos o el inventario o infraestructura de la empresa también forman parte de su liquidez.
Para medir la liquidez de un negocio se utilizan dos métricas principales: la razón corriente y la razón rápida. Estos dos medidores dan una visión bastante realista de la capacidad que tendrá una empresa para hacer frente a sus obligaciones a corto plazo gracias a sus activos y efectivo disponibles. A modo de ejemplo, un índice rápido inferior a 1.0 es por lo general una señal de advertencia, puesto que indica que los pasivos superan a los activos corrientes.
Diferencias entre solvencia y liquidez
La principal diferencia entre solvencia y liquidez financiera es el tiempo. La liquidez hace referencia a una situación inmediata, mientras que la solvencia hace referencia a un período más largo de tiempo. La liquidez implica solvencia, mientras que la solvencia no necesariamente es sinónimo de liquidez. Es conveniente tener esto claro para poder hacer una buena gestión del negocio y que el mismo cuente con una buena salud financiera a lo largo del tiempo.
Por otro lado, se puede dar el caso de que una empresa tiene liquidez en tesorería suficiente como para hacer frente a sus pagos, sin embargo, no es solvente. También puede ocurrir que un negocio sea solvente pero no cuente con la liquidez necesaria en determinado momento. Saber diferenciar estos dos conceptos es importante a la hora de gestionar una empresa, pues ambos son esenciales para gozar de una idónea gestión y, por tanto, bienestar financiero del negocio.
A modo resumen, se puede concluir que, para mantener el estado de salud financiera de una empresa, lo esencial es controlar la liquidez y la solvencia, de manera que siempre debe ser posible conocer la capacidad real de reacción del negocio ante los vaivenes del mercado o posibles cambios que impliquen disponer de dinero de forma inmediata, sin que ello implique pérdidas o reducciones drásticas del margen de beneficios netos.