Todo está hoy en revisión. Los dogmas de la agenda globalista, y sus efectos anestésicos, nos han devuelto, de golpe y porrazo, a un mundo en el que esas elites, indisimuladamente, con avaricia, buscan de nuevo transformar a la ciudadanía en rebaño, trabajan denodadamente para expandir el pensamiento acrítico (o sea, la ausencia de pensamiento) y nos pretenden imponer formas de vida, condicionando incluso la moral individual y conceptos asentados como los de nación y familia, dibujando y componiendo, en suma, un terrible y grosero atropello.
En 2022, más allá de la amenaza que puedan representar los populismos o los extremismos de diverso signo, de los peligros de corrientes como el islamismo, del veneno siempre presente del comunismo, el verdadero riesgo lo representa el de una sociedad que sea primero adormecida y más tarde vampirizada por el Globalismo, por la imposición de una ‘Agenda 2030’ que evoca tiránicamente, en el mejor de los casos, a aquel ‘mundo feliz’ dibujado por el extraordinario intelectual Aldous Huxley, cuando vaticinó: “la dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”.
Ése es hoy el gran reto: el de unos Estados-nación llamados a defenderse a través de su población de una colonización invisible, la que promueven quienes buscan entontecer, someter y demoler todo aquello que constituye la base del auténtico progreso humano para sustituirlo por entelequias, por baratijas, por sofismas de mercadillo con los que mantienen, hoy por hoy, a vastos segmentos del planeta hipnotizados y llevados mansamente al matadero. ¿De verdad no lo vemos?