Pero, más allá del carácter abrasivo y nauseabundo de estas alianzas estructurales -hace demasiado tiempo que dejaron de ser ‘de oportunidad’- está el propio desprecio del ejecutivo a las más altas instituciones del Estado de Derecho, aquellas en las que -siquiera formalmente- concentran y residencian entre sus paredes el conocimiento (frente a tanta ineptitud y analfabetismo y sectarismo) y hasta ciertas cuotas de independencia.
No. Sánchez y sus secuaces no están cómodos con la división de poderes. Y no sólo eso. Están dispuestos a pulverizarla, a barrerla de un mapa, el de la democracia, al que con tanto ahínco miran cuando se trata de repasar/revista/reescribir episodios de la Guerra Civil o los años de franquismo.
Por desgracia, la corrupción política alcanza múltiples formatos y se puede manifestar de las maneras más súbitas. Y en estas horas, de nuevo críticas para España, lo estamos certificando.
Quien ha de representar el interés general de todos los ciudadanos, quien ha de velar por la protección de los derechos, individuales y hasta colectivos, los está demoliendo, en un ejercicio fatal pero hasta hoy irreversible de autoritarismo y, otra vez, de arbitrariedad y vileza.
Mal camina un país que no se levanta cuando hacen pasar los tanques a su lado o le apuntan o le arrollan. E incierto futuro se presenta cuando, por añadidura, se topa con una oposición ayuna de liderazgo y afónica. En pleno retroceso democrático, los deberes se le acumulan a Feijoo y a sus, en realidad y hoy por hoy, desnortadas huestes. ¿Será capaz el gallego de recomponerlas para dar, con garantías, la batalla que esperan tantos españoles?