El procés ha calado en muchas familias catalanas. La fractura es innegable. ¿Hay alguna receta eficaz para restañar las heridas?
Muchos de los que, inicialmente, se creyeron esta mentira ya se han dado cuenta de que es una estafa absoluta y tienen la posibilidad de dar marcha atrás. Lo peor es la fractura social que ha supuesto. Le voy a contar una historia ilustrativa. Durante muchos años unos tipos que llegamos hasta el PREU de la época organizábamos una magnífica cena anual. Nuestros caminos se separaron cuando tocó ponerse a trabajar y era una fantástica cita nostálgico-festiva. Pues bien, esa noche de celebración se fue a hacer puñetas porque a unos cuantos, entre los que me cuento, nos señalaron como “fachas” y gente “despreciable”. ¡Individuos a los que conocí en el colegio cuando teníamos 4 años! Me parece un mal imperdonable. No sé si las cosas volverán donde estaban. No soy optimista.
¿Qué tiene que ver España con el “kilombo” catalán?
Nada. Este es un mal rollo que nos hemos montado entre catalanes. Yo no tengo ningún problema con España. No existe ni una sola razón (económica, política, histórica, etc.) que justifique una separación entre Cataluña y España. Mire, esto del procés es el modus vivendi de mucha gente. ¿Cómo se desmonta? Es imposible. Hay una enorme cantidad de población que vive de este asunto. Seguiremos padeciendo esta ensoñación porque quienes mandan o se benefician económicamente persiguen hacerlo hasta el fin de sus días.
El “procesismo” es una “mamandurria” del mismo modo fuera de Catalunya lo es el “anti-procesismo”, ¿no le parece?
Absolutamente. Al vivir de este rollo, cada día sacan a colación una cuestión diferente. Hoy es la reforma del delito de sedición, mañana será si pueden pintar las fachadas de verde. Y así vamos pasando pantallas de este despropósito que hemos organizado. ¿En qué ha beneficiado a Catalunya todo este monumental lío? En los diez años que lleva en marcha no nos ha beneficiado en nada.
Un servidor es de los que piensa que el procés no empezó en 2012, sino en 1980 con la entrada de Jordi Pujol como inquilino del Palau de la Generalitat o quizás antes, ya que al comienzo de la Transición política española (en 1976) los nacionalistas catalanes hacían de las suyas vendiendo un producto que muchos compraron: su marco mental. ¿Qué opina usted?
Lo ha explicado usted muy bien. Jordi Pujol es quien sienta las bases de todo este asunto. Desde el Gobierno de España se actuó siguiendo la idea de Ortega y Gasset. Como esto no tiene solución, vamos a “conllevarnos”. Vivamos bajo el mismo techo, sin separarnos. Lo cual se plasma en esa actitud de “haga usted lo que le parezca en Catalunya y nosotros miraremos para otro lado”. Porque por cuestiones de aritmética política necesitaban sus votos. Y así tiran adelante hasta que, siendo president Artur Mas, una crisis económica brutal le impulsa a adoptar una política de recortes sociales que golpea hasta el tuétano a la sanidad pública catalana y al sistema educativo (se mostraron imágenes de niños en edad escolar estudiando en barracones). Obviamente, esto causó un gran malestar y el gobierno catalán recibió una contestación social que decidió contrarrestar apelando a la idea del “enemigo exterior”. O sea, el que está más a mano: España. Y así comenzó un “pollo” en el que, a día de hoy, seguimos metidos. Mire, si no hubiera existido la gran crisis global de 2008 dudo que hubieran montado el lío que conocemos porque hasta entonces las cosas les iban mejor que bien.
Como profesional del periodismo, ¿Cuándo fue usted consciente de la voluntad de control de los medios de comunicación por parte del nacionalismo catalán?
Desde siempre. Mire, le pondré un claro ejemplo. Como periodista, yo estaba al tanto de lo que acontecía en el F.C. Barcelona que dirigía Josep Lluís Núñez, un tío muy peculiar que frenaba a los nacionalistas. De pronto aparece un movimiento, el llamado Elefant Blau de Joan Laporta y compañía. Valiéndose de una excusa puramente futbolística -Núñez lleva muchos años, su etapa como presidente está ya superada, bla, bla,bla.- se articula una operación para hacerse con el control y manejar el Barça a su antojo, cosa que Núñez les impedía. De ahí surgen una parte de las “coñas” del relato independentista que hemos vivido.
Desde Barcelona parece que en Madrid se enteran de poco. O más bien sólo de lo que les interesa o conviene. En ocasiones, les da por planta cara blandiendo un nacionalismo español tan rancio como el nacionalismo autóctono catalán. Fuego contra fuego. Se mueven entre la oposición pública, la negociación permanente y la silenciosa complicidad. Entre la incapacidad de gestionar el problema de fondo y la tomadura de pelo. ¿Qué opina usted al respecto?
Que en Madrid estaban al corriente de cómo se las gastaba Pujol en todos los aspectos. Hay quien tiene un enorme grano en el trasero y decide sentarse de una determinada manera en lugar de ir al médico. El resultado es que un día el grano explota. Quiero decir que la misma idea de la “conllevanza” se trasladó a la esfera política en la práctica de mirar para otro lado. Por puro interés. De esa tolerancia absurda con los desmanes del nacionalismo catalán son culpables, por igual, tanto el PSOE como el PP.
Cambiemos completamente de tema. Nos hemos juntado dos seguidores (“pericos”) del RCD Espanyol. Obviamente, estamos comprometidos con la resistencia al independentismo, su marco mental, y sus dogmas de fe religiosa (Catalunya, un sol poble / El Barça es més que un club). Lo cual no excluye reconocer los merecidos logros deportivos culés. ¿Cómo lleva un catalán como usted lo de estar, hoy día, fuera de los círculos catalanes de poder y decisión por no ser “indepe” ni del F.C. Barcelona?
(Risas) ¡Como estar vacunado! Toda una vida viviendo en la trinchera te vacuna. Las cosas no pasan porque sí. En perspectiva histórica, hubo un momento en que el Barça sobrepasó al RCD Espanyol coincidiendo con la llegada de Kubala y otros futbolistas. Sin embargo, en casa tengo guardado un ejemplar de un Vida Deportiva en cuya portada se anuncia “Español 6 – Barça 0”. Hasta la década de 1950, las cosas estaban bastante igualadas, No había una gran diferencia entre ambos equipos. Había derby pues había pelea deportiva, sobre todo, porque no había explotado lo que vendría después. De un tiempo a esta parte, el equipo “de casa” es solo uno, el Barça. Y el Espanyol, una molestia. En Barcelona no hay derby como en Madrid, Roma, Milán o Buenos Aires. Ciudades más o menos normales, vamos.
Y, bueno, cuando eres del Espanyol vives en una especie de clandestinidad. Celebras pocos triunfos. Te toca sufrir. Y sí, somos La Resistence. En medio de las sombras del procés, ser perico y tabarnés debe ser sinónimo de paciencia y tolerancia en contraste absoluto con quien no lo es. Tradicionalmente, el Barça ha sido instrumentalizado y favorecido como una herramienta más de ingeniería social al servicio de los intereses y objetivos del nacionalismo catalán en sus diferentes versiones, la “moderada” y la extremista, que no se diferencian gran cosa. Una de las lecciones de estos últimos tiempos es que al Barcelona lo arruinan unos culés. No pueden echar la culpa a Madrid y seguir dando el coñazo con la murga victimista de siempre. La han liado nens de aquí, lo que no deja de ser irónico y divertidísimo para un perico.
Algunos políticos independentistas como Jordi Turull o Gabriel Rufián se confiesan pericos, algo digno de estudio y de sesión de psicoterapia. A todo esto, ¿qué hay del constitucionalismo culé?
Existe, por supuesto. Malvive, como todo constitucionalista radicado en nuestra tierra. Vive no se sabe bien dónde y no está organizado. No se puede pretender que lo integre parte de una sociedad en la que los ideales constitucionalistas son machacados sistemáticamente. Si te manifiestas partidario de ellos, automáticamente te señalas como indeseable y acabas de ponerte la soga al cuello. Para mucha gente, el culé no nacionalista es una rareza a extirpar.
Conviene recordar que a cuenta de forjar el mito del Barça se ha falseado la historia y nos han contado unas milongas de película. Tuve una muy buena relación con el presidente blaugrana Francesc Miró-Sans, aparejador e impulsor de la construcción del Camp Nou y quien tenía una frase estupenda: “Dicen que yo era falangista. En los años 50, ¿quién tenía que hacer el Camp Nou, uno de la UGT?” (Risas). Era todo un personaje. Ergo, quién si no iba a ponerse al frente del proyecto. Uno “de los nuestros”, una persona de confianza del régimen franquista. No en vano hubo CINCO recalificaciones urbanísticas bendecidas por el propio Francisco Franco para dejar Les Corts y levantar el nuevo estadio. Que no vengan con cuentos chinos. ¿Qué era el F.C. Barcelona? Una pieza más del tinglado franquista. Ni más, ni menos.
Hago un paréntesis. Cuando me dicen que soy anti-barcelonista, mi respuesta es taxativa: PARA NADA. Lo que no me gusta es el Barça que nos venden. Desde la cordura, uno no puede estar en contra de los Segarra, Ramallets, Epi, Barrufet o de lo que ha sido el club desde el día que se fundó. Por lo que no paso es por el “nosaltres i els altres”. Es decir, ese Barça inventado y supremacista, el de “aquí estamos nosotros y los otros son unos desgraciados”.
Para completar mi respuesta, permítame volver a Juanito Segarra, el gran capitán del Barça de las Cinco Copas (del Generalísimo, naturalmente). El jugador presumía, con sorna, de que cuando recogía los trofeos era el futbolista a quien el dictador dedicaba más tiempo. A su vez, Franco era un hincha del mítico Josep Samitier -un tipo simpático, hábil, con don de gentes, que también pasó por las filas del Real Madrid como jugador y secretario técnico– quien cuando detuvieron a Nicolau Casaus por participar en un acto de la Peña blaugrana Solera en el que se colocó boca abajo un retrato de Franco, intercedió decisivamente por él junto con el propio Segarra. Conclusión: que se dejen de milongas y falsedades históricas.
Como promotor de la entidad, háblenos de ese ardid contra el separatismo que responde al nombre de Tabarnia.
El objetivo de Tabarnia no es otro que poner al separatismo frente al espejo de su majadería e insensatez más absolutas. Hacerle una jugada impregnada de humor. Y como esa cofradía carece del más elemental sentido humorístico, la cosa les enerva sobremanera. Inicialmente funcionó bien, pero después hubo un parón que sospecho fue provocado, en parte, por los recelos infundados de los partidos políticos temiendo que la cosa fuese más allá – lo cual es absurdo- y acabara conformando una alternativa política enraizada en la sociedad civil. Con cuatro o cinco actos públicos, la entidad sigue demostrando que hay una parte de la ciudadanía dispuesta a reírse de la locura independentista. Es un movimiento -presidido por Albert Boadella- justo y necesario.
¿Conoce usted a independentistas arrepentidos?
Conozco a algunos. Gente que se va “cayendo del burro” y piensa que los dirigentes del procés no sirven ni para presidir una comunidad de vecinos. Yo siempre digo que si personas honestas e inteligentes -como nuestro común amigo Xavier Rius- que provienen del mundo nacionalista catalán presidieran la Generalitat de Catalunya, la cosa tendría un color bien distinto. Lo que padecemos hoy día es fruto de una gigantesca tomadura de pelo después de 40 años de ingeniería social. Baste como ejemplo la actitud de un consejero de educación frente a la lengua castellana, Un individuo que está contra el cumplimiento de las sentencias judiciales que imponen (cabalmente) un mínimo de un 25 por ciento de castellano en la escuela pública y que lleva a sus hijos a una escuela privada donde se estudian tres o cuatro idiomas en pie de igualdad. ¿En qué cabeza cabe semejante grado de hipocresía y sectarismo? Un alumno de bachillerato debería acabar su etapa formativa hablando el catalán de Josep Pla, el castellano de Miguel Delibes y el inglés de Gary Lineker. En 2022, un responsable de una consejería de educación no puede estar contra el CONOCIMIENTO (en mayúsculas).
La autocrítica brilla por su ausencia en las filas separatistas. Como partidario de las tesis constitucionalistas la echo de menos también en las nuestras. Según usted, ¿Qué lecciones podemos extraer? ¿Qué nos ha faltado?
Nos ha faltado voluntad de presentar batalla a tiempo y decirle al independentismo que hasta aquí hemos llegado. Ha habido un pasotismo palpable mientras estaban vigentes esos pactos políticos –escritos y no escritos- que se plasman en ese “Haz lo que te dé la gana mientras no me molestes”. Se ha mirado para otro lado y se ha dejado engordar el bicho hasta llegar a la situación actual. La presencia del estado en Catalunya es un páramo tras el papel jugado (desde la más absoluta deslealtad) por el gobierno de la Generalitat que, como toda estructura autonómica, es parte del estado.
¿Lecciones? Que es muy difícil darle la vuelta. El independentismo es una cosa muy “talibana”. Es una religión. Hace falta mucha pedagogía y mucha presencia de la idea de España que en la Catalunya de hoy no existe. O damos la batalla cultural y, de paso, la vuelta al relato como si fuese un calcetín o los independentistas volverán a las andadas.
Como colofón, ofrézcanos una nota de carácter económico sobre la ciudad de Barcelona.
Actualmente somos una rareza. Con Colau al frente del Ayuntamiento, Barcelona es la capital del NO a todo. Al turismo, a los cruceros, a la Agencia Europea del Medicamento, etc. Milagrosamente, resistimos porque la fuerza de Barcelona es impresionante. Málaga ya nos ha adelantado en cuestiones portuarias. A nivel de gestión, esto es un desastre. No puede ser que una ciudad del nivel de Barcelona pierda músculo, confianza y presencia en el concierto internacional. Dejar perder su potencial por una gestión municipal nefasta es un crimen.