Todos los ‘ensayos verdes’, todo cuando rodea al ecologismo de salón, todo lo que se vincula a la lucha ciega contra el calentamiento global nos está haciendo olvidar lo básico: que hay que procurar, por encima de sectarismos de toda índole, tener para comer, para vestirse, para calentarse. Salvo que pretendamos renunciar a los logros del último siglo, y más.
Hace apenas días hemos constatado algo que ya conocíamos: Europa ha vuelto al carbón para mantener encendidas las luces en los climas más fríos. No hay otra. Y ésa es una de las razones por las que el mundo va camino de alcanzar un consumo récord de carbón en 2022. En efecto, un uso histórico de este recurso en plena ola, promovida por la perniciosa Agenda 2030, de ‘huella de carbón cero’, de ‘descarbonización total y ya’.
Europa está quemando más carbón que nunca, a pesar de que sus dirigentes, desde las moquetas y las poltronas, con la calefacción pagada por el chamuscado y agotado contribuyente, habían prometido deshacerse de este combustible de altas emisiones para contener precisamente los efectos del cambio climático.
La ‘Agenda 2030’ se traduce, en algunos de sus objetivos, si no en un marco de actuación loable, sí al menos aceptable. Pero hay que frenar su carrera ciega y carísima. Hay que repensarla. Hay que modularla. Hay que racionalizarla. Hay que sacarla del control tiránico de las elites globalistas. De lo contrario, sólo ocurrirán dos cosas: la primera, que termine en el cubo de la basura después de haber sido subvencionada hasta lo inimaginable con el sudor de la frente de las familias (principalmente clases medias) del mundo desarrollado; la segunda, que esas mismas familias sean absolutamente sepultadas por su oneroso coste financiero y no tengan para comer, para vestirse, para calentarse.
Pareciera que la civilización occidental está felizmente condenada a no padecer jamás momentos históricos de involución o retroceso. Pero hoy es exactamente eso lo que está en juego. Y con unas consecuencias estremecedoras que los más vulnerables, como siempre, sufrirían en primera persona, en sus propias carnes. ¿Todavía no lo vemos?