Las personas comenten fallos. En los proyectos hay errores. El aprendizaje necesita de la equivocación porque errar es humano, pero es que además es inevitable. Es necesario para aprender y mejorar.
Cuando se normaliza el error, se pone la mirada hacia la solución, sin incidir en la culpa, en quien lo ha cometido o de quién es la responsabilidad. Parece algo sencillo, pero no lo es. Quizá debería ser una asignatura obligatoria en cualquier ciclo educativo, cómo afrontar los problemas y los fallos para que sean fuente de enseñanza y crecimiento.
No se trata de no buscar la excelencia o hacerlo mal a propósito, mostrando una actitud indiferente ante los resultados. Se trata de entender que las equivocaciones son un elemento más, igual que los logros o tener un procedimiento correcto y óptimo.
Es común el rol en los equipos de la persona perfecta, que parece adelantarse a los fallos, que siempre tiene la solución antes incluso de que suceda y en cuanto puede, suelta aquello de: “ya lo decía yo”. Aquél que nunca reconoce responsabilidades pero incide y machaca a quién comete el error. ¿Cuántos compañeros, jefes o personas cercanas conocemos así?
Dar normalidad a las equivocaciones, sobre todo las de carácter leve y de poca importancia, pero que forman parte de lo cotidiano y diario, deberían provocar una mueca como mucho, pero sobre todo, una reflexión, no un menosprecio.
Cada persona tiene su propia curva de aprendizaje con su porcentaje de errores implícitos, meteduras de pata o no conseguir hacerlo bien hasta que no se ha practicado miles de veces.
El fallo tiene un aspecto pedagógico diferente al del logro, ni mejor ni peor, pero distinto y específico para cada persona, según sus propias circunstancias.
Mientras que el éxito te da fortaleza y seguridad, el fallo te puede poner en una posición de debilidad, difícil de superar. Sólo podremos salir de ese círculo vulnerable e inseguro, si vemos el error como una parte necesaria del aprendizaje, con autocrítica, dejando de lado las valoraciones personales y quedándonos únicamente con lo que realmente aporta y enseña.
Poner todo el esfuerzo posible, la mayor atención o dedicar muchas horas a realizar algo, no es garantía para hacerlo perfecto.
Los buenos resultados son producto de sentirse seguro, confiado, con apoyo, en un ambiente en el que hay escucha y trabajo en equipo, donde se quiere y se intenta sumar, no menospreciar. En ese contexto, es cuando se alcanza la perfección.
La perfección está sobrevalorada, cuando es lo que mide a las personas y los equipos.
Es nuestro deber desempeñar nuestras tareas de la mejor manera sin intencionalidad de hacerlo mal. Fallar a propósito no demuestra sino una pésima actitud de trabajo y compromiso, pero el fallo existe y forma parte del éxito. Es un binomio que no se puede separar.
¿Cuántos errores deben producirse antes de conseguir un logro?
Muchos.
¿Cuántos nos permiten cometer?
Pocos.
Un líder entiende el error como un componente más de aprendizaje, motivo de mejora y aspiración a hacerlo mejor la próxima vez.
Un líder no enfatiza un logro frente a un error, personalizándolo en quién ha realizado cada uno de ellos, sino que comparte ambos desde la cercanía.
Un líder escucha, analiza, comprende los motivos y piensa con su equipo en la mejor manera de no volver a cometerlos.
En esta época de postureo, donde es frecuente aparentar y mostrar siempre lo perfecto y lo ideal, donde cuesta reconocer las emociones y sentimientos, el error puede ser visto como una demostración de no tener las habilidades suficientes para el desempeño de nuestro trabajo.
Nos creemos perfectos en nuestra perspectiva y línea de pensamiento.
No concebimos el fallo como algo natural y cotidiano.
No se aplaude al que se equivoca. No se le da una palmadita en la espalda, ni se le acompaña. Gestos que no tienen que significar alegría, sino ayuda, cercanía y la compasión necesaria del que te dice: “no te preocupes, yo te ayudo.”
La excesiva perfección limita la creatividad, el crecimiento y la naturalidad. No deja espacio al compañerismo, sino a la competencia.
Esto no va de TENER la perfección, sino de ENTENDER que somos personas con aciertos y errores en cualquier ámbito de nuestra vida.