La última escena esta semana de la dupla Belarra-Montero (ambas en apariencia afligidas y compungidas), motivada por la enmienda legislativa a su chapucera norma, la que mayor daño ha hecho en democracia a las mujeres españolas, debería significar un borrón y cuenta nueva, un ‘basta ya’. Irreversible y rotundo.
Una España que aún sigue aguantando -más mal que bien- entre las veinte naciones más importantes del globo, no puede aguantar en su gobierno a una cajera que nunca debió llegar a un Ministerio, que nunca debió instituir sus políticas (a falta de conocimiento y sensatez) sobre los ladrillos rotos del analfabetismo y el odio y el sectarismo.
Pero, sobre todo, esta España y su opinión pública no tienen por qué padecer la caricatura de dos jóvenes (ahogadas por su ignorancia) que han pretendido proyectar falsos avances sociales sobre lo que en realidad han sido iniciativas de puro odio y amargura.
El hundimiento y el fracaso de esta incalificable dupla no vienen determinados por las lágrimas y los sollozos de la una y la otra sino por los que han podido dejar petrificadas a las mujeres que, por culpa de éstas dos semejantes, han visto cómo 104 violadores y pederastas han sido liberados y 979 más han visto rebajadas sus condenas. 1.083 sonrisas y otros tantos alivios para verdaderos monstruos, para indeseables y criminales varios.
Urge acabar con la ‘kakistocracia’, con ese régimen de gobierno que -bautizado como tal en el siglo XVII- se distingue por ser el de los más ineptos, el de los menos cualificados, el de los más cínicos, el de los que -como se dijo en su momento- “buscan el fuego en el cielo para incendiar su país”.