La pregunta, precisamente, es: ¿a qué ha venido -y sigue viniendo- tanto misterio, tanto tira y afloja, tantos dimes y diretes, tanta bronca, tanta toma (incluso impostada) de posiciones, tanta delimitación del territorio (incluso forzada) por unos y otros y tanta exhibición de las diferencias, aun habiéndolas? Más, cuando ese porcentaje de apoyo de la base social de Vox a un acuerdo con los azules se dispara hasta el 90%.
Muy pocos dudan, de quienes respaldan a Feijoo, que su composición ideal para la de un nuevo ejecutivo del PP sería la de la gaviota volando en solitario. ¿Es posible? Las matemáticas y la proyección demoscópica es/son tozudas: difícilmente el gallego podrá elevarse por encima de los 160 diputados, lo que transformaría su victoria en aplastante y seguramente dejaría muy contenidos los escaños ocupados por los integrantes de la lista de Abascal. Pero ése no es un escenario real o, al menos, no el que con más papeletas cuenta.
Es obvio que el presidente del Partido Popular está obligado a salir ‘a golear’, ‘a por todas’, y no a buscar el triunfo por la mínima. Pero lo es más si cabe que, si la noche del 23J el recuento de papeletas arroja el guarismo que se barrunta (una mayoría absoluta más o menos cómoda por encima de los 176 escaños, sólo tocada sumando los asientos de Vox) no habrá posibilidad para una guerra fratricida en la derecha. No se trata de vender la piel del oso antes de haberlo cazado (Sánchez aún está vivo y con opciones). Tampoco de poner la venda antes de la herida (cuesta creer que esa misma noche electoral se inicie una luna de miel entre Feijoo y Abascal).
Se trata, en fin, de preparar el terreno no sólo para que se consume la única alternativa viable a la nefasta hegemonía del bloque socialcomunista; sino de que las elites que la pueden materializar estén alineadas y en sintonía con su base social y con el voto de cada uno de los suyos, que tiene un sentido pragmático y estratégico.. y que no deja de ser el auténtico reflejo de la verdadera soberanía democrática.