No obstante, tomé la decisión de apagar el ordenador durante unos días y alejarme de lo cotidiano. Mientras reordenaba antiguas entrevistas y catalogaba todo lo redactado en el pasado lustro me topé con una antigua foto de mi estancia en el País Vasco. Aparecía más joven y en compañía de entrañables amigos que me hicieron descubrir y amar la Gran Bilbao y zonas colindantes. Uno de ellos fue elegido concejal en uno de los pueblos más azotados por la violencia de ETA. Con veinte y pocos años se personaba en la universidad acompañado de dos escoltas. Fue el vacío a su alrededor lo que me animó para conocerle.
Hace un par de meses analicé la estrategia del Partido Popular (PP) en Cataluña. Decidí esperar el resultado de los comicios del 23-J antes de escribir sobre la delicada situación que los populares están viviendo en Euskadi. La consecución de dos diputados es un resultado alarmante. Desde Génova es más necesaria que nunca recuperar hilo directo con sus referentes vascos y diseñar una nueva estrategia que frene el camino hacia la irrelevancia.
El partido que lideró Gregorio Ordoñez es irreconocible. Listar los factores que han menguado su protagonismo requeriría de una tesis doctoral, tanto es el material a disposición. Sorprende el vacío informativo acerca del ocaso de una formación que en 2001 estuvo a punto de arrebatar la lehendakaritza al PNV con la preciosa colaboración del socialismo vasco capitaneado por Nicolás Redondo Terreros. Nunca la política española alcanzó cotas tan elevadas de virtuosismo. El mandato de Patxi López se recuerda por sus meteduras de patas y el condicionante estatal.
El auge de EH Bildu está siendo inversamente proporcional a la debacle popular. El fallido golpe autonómico en Cataluña ha acaparrado el interés periodístico y académico de la última década. Mientras tanto en el País Vasco las formaciones constitucionalistas sufrían un lento e inexorable desgaste electoral por la incapacidad de adaptación a un contexto que se rige por dinámicas ajenas y diferentes a los años de plomo.
Probablemente esto haya sido el craso y garrafal error del PP. No entender que el fin de la violencia etarra y la desaparición militar de la organización terrorista abrían un escenario completamente distinto al vivido hasta entonces. Es inexcusable que el liderazgo recayera durante tantos años en figuras como María San Gil o Jaime Mayor Oreja. Ambos representan la facción más casposa y radical del partido. La polémica sobre el voto de “Txapote”, sanguinario pistolero de ETA, alimentada por la ex secretaria de Gregorio Ordoñez en contra de Consuelo, hermana del concejal asesinado, es más que significativa.
Tanto San Gil como el ex responsable de Interior maniobraron en contra de Alfonso Alonso e Iñaki Oyarzábal, quienes junto al transformista Javier Maroto eran llamados a heredar las riendas. Si el ex alcalde de Vitoria ha sabido moverse como una anguila, los otros dos pecaron de honradez y dignidad. La cercanía a Sáenz de Santamaría fue aprovechada por Casado y García Egea para destronarles sin motivo aparente. Bochornosa fue la maniobra para descabezar al ex presidente en Euskadi, cuyo alegato de despedida aún resuena en la sétima planta de la calle Génova. Le defenestraron a 42 días de las elecciones y nombraron como paliativo a Carlos Iturgaiz, una entelequia que ha sepultado al partido en arenas movedizas.
Un final parecido al de Arantxa Quiroga. La ex presidenta de la Cámara Vasca dimitió, o mejor dicho fue obligada a ello, por haber exigido en se parlamentaria el “rechazo expreso a la violencia de ETA”. Un posicionamiento que el sector más reaccionario antes mencionado consideró demasiado “blando”.
El listado lo engrosó durante un tiempo Borja Sémper. En febrero de 2020 decidió abandonar la política harto de las críticas de quienes pontificaban sobre la política vasca desde centenares de kilómetros. Los enfrentamientos dialécticos con Cayetana Álvarez de Toledo fueron la punta del iceberg de una situación que resultó ser insostenible. Feijóo decidió recuperarle, una decisión que el autor considera más que acertada. Tuve la suerte de conocer al actual portavoz nacional en un concierto en Donosti, y desde entonces le considero el representante popular con la cabeza mejor amueblada.
No vislumbro a nadie más para liderar a la formación en Euskadi. Las portadas de las revistas del corazón que ha copado Bea Fanjul son inversamente proporcionales a sus aciertos políticos. Entre las nuevas generaciones tampoco se detecta a futuros líderes que implementen una estrategia novedosa y cautivadora más necesaria que nunca de cara a las elecciones de 2024.
El escrutinio del 23 de julio vaticina un regreso al bipartidismo en clave nacional. Tanto VOX como el proyecto engañoso de Díaz irán desgastándose con el paso del tiempo. En Cataluña el constitucionalismo puede resurgir mediante operaciones acertadas y que logren arrinconar al separatismo. Dónde más se precisa clarividencia y lucidez es al norte. Carpe diem.