Las palabras últimamente sometidas a salvaje prostitución son “progreso” y “progresista”. Reflexionemos someramente sobre la idea propagandística de que hemos tenido, tenemos, un gobierno “progresista”. Desde luego no será por la composición de la amplísima coalición que soporta este Gobierno de progreso, porque encontramos en ella partidos más ultramontanos que la Santa Inquisición, partidos totalitaristas y/o abiertamente racistas. Nos educaron en que, en una democracia, el progreso supone garantizar primero, y aumentar después, la libertad de los ciudadanos, su igualdad y su solidaridad o fraternidad. Si observamos las políticas y no los apoyos del Gobierno actual, en los últimos cinco años es evidente que la igualdad ontológica de los españoles en derechos y obligaciones ha ido para atrás como los cangrejos, con distintos derechos, distinta seguridad jurídica, distinta responsabilidad, distintos derechos civiles… en cuanto a la igualdad material, ha retrocedido. Por ahí poco “progresismo”. De la solidaridad para qué hablar, baste recordar la merienda de negros entre Autonomías que fue la adquisición de instrumentos contra el virus SAR-2, la imposibilidad de hacer un indispensable plan hidrológico nacional, el insultante privilegio del cálculo del cupo vasco o la indiferencia ante el sufrimiento de víctimas del terrorismo cruento antiguo o de la opresión y amedrentamiento incruento actual. No, por ahí no hay progreso. En cuanto a las libertades, puede que el balance esté más mitigado, algunas personas o colectivos pueden sentirse más libres, como las personas trans, o todo el colectivo LGTBIQ+, pero también se observan claros retrocesos en libertades importantes como la libertad de expresión, la libertad de cátedra, la libertad, esencial, de escolarizar a sus hijos en la única lengua común de su Patria, etc… En cualquier caso, unas políticas son progresistas si avanzan los tres valores básicos citados de una sociedad, y el cómputo final es malo, y en algún aspecto desastroso. Pero eso ya es sabido, por lo que lo más preocupante es la oferta de futuro que se supone quiere desarrollar “la mayoría de progreso”. ¿Qué tiene de progresista conducir una vieja Nación milenaria, o centenaria si prefieren, a una confederación de taifas con fronteras interiores, con pérdida de su “koiné”, con enfrentamientos entre regiones, con creación de ciudadanos de distintas categorías, diferentes derechos civiles, diferentes leyes y seguridad jurídica, diferente prosperidad…? ¿Qué tiene de progresista una Justicia “ad hoc” y arbitraria, qué tiene de progresista la creación de “extranjeros” a lo Camus, en tu propia patria, con todo el potencial de violencia y destrucción xenófobas? ¿Qué tiene de progresista inventarse la “plurinacionalidad” desigualitaria y fragmentadora que se probó en el imperio Austro-Húngaro o en la ex Yugoslavia?
No queremos decir que las alternativas actuales sean más progresistas; tal vez en España no haya habido Gobiernos progresistas, en su contexto, desde Fernando VII. Lo que decimos es que este Gobierno, y el que se proyecta para el futuro, no son progresistas ni por casualidad. Por lo que su voluntad de engaño es desagradablemente sospechosa. También somos conscientes de que el 23J los votantes han manifestado preferir o tolerar ese tipo de Gobierno caleidoscópico, ya sea activamente o por abstención. Tal vez se hayan equivocado, tal vez hayan acertado, pero lo importante es que no hayan votado engañados. No han votado a un Gobierno de progreso, probablemente lo contrario, pero esperamos que lo sepan. Nadie ha demostrado que un Gobierno de progreso sea lo mejor. Ya saben: ¡Vivan las caenas!