Pero los subterfugios monclovitas serán argumentos de un próximo redactado. Actualmente lo que de verdad resulta de interés es analizar el proceder de las formaciones separatistas catalanas a su reconocimiento como legítimo y deseado interlocutor. Quien hubiese dicho en vísperas del último recuento electoral que Esteban González-Pons terminaría definiendo a JxCat como “partido de la tradición y de la legalidad”. Una afirmación bastante excéntrica si consideramos que vio la luz en octubre de 2020 y sus presidentes, tanto oficial como oficioso, son una condenada por corrupción y un fugado de la justicia.
La única buena noticia del actual tablero político es la desunión entre los posconvergentes y ERC. Desde que lo junteros tomaron en octubre de 2022 la controvertida decisión de abandonar el Gobierno autonómico, la brecha relacional ha seguido ensanchándose. Cualquier excusa es válida para acusar al otro del fracaso del 1-O. Las relaciones entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras siguen brillando por su ausencia y a diario sus líderes incurren en desacreditaciones mutuas.
Tampoco logran ponerse de acuerdo en aprovechar la baza electoral. La concesión de una amnistía generalizada ha sido blandida como mínima exigencia para facilitar la investidura de Sánchez. Pero el interés en una despenalización masiva, algo contrario a la Carta Constitucional, se ha ido difuminando rápidamente al imponerse los intereses de partido.
Una reacción que ha pillado a la Moncloa con el pie cambiado. Desde hace un mes el Gobierno en funciones trabaja para convencer a los españoles de la necesidad de una medida judicial extraordinaria “en aras de la convivencia”. Frase pronunciada por el ex mandatario catalán José Montilla, el último en sumarse a la esquizofrénica y destartalada artimaña propagandística.
Todos los esfuerzos de JxCat persiguen un único objetivo, el destronamiento de Pere Aragonés. La formación liderada por el ilustre fugitivo necesita recuperar el liderazgo dentro del separatismo y corregir una apuesta estratégica, maximalismo existencial, que le ha privado de cualquier representación institucional. Tampoco es descabellado pensar que una repetición electoral les garantizaría un desempate y un rentable sorpasso que haría precipitar el actual gobierno regional.
Cabe recordar que Puigdemont aprobó investir a Francesca Armengol por meras razones económicas. El do ut des garantiza a los junteros la posibilidad de disponer de un grupo propio, y centenares de miles de euros, mediante el indecoroso préstamo de cuatro aforados por parte de los socialistas. Un gesto que se une al de Sumar con Esquerra y desfigura el Congreso en un mercado persa.
Pero esta primera concesión de ninguna manera garantiza el apoyo parlamentario del eurodiputado, y por ende del partido que lidera. Es de sobra conocido su temperamento imprevisible. En octubre de 2017 se negó a convocar elecciones ante las coacciones empresariales y la reprimenda del PNV. Como un moderno Rubiales se empecinó en una ilógica y demencial reclamación de independencia.
Sin lugar a duda Puigdemont quiere cobrar por adelantado, ya se imagina callejeando impune por la anhelada Girona en compañía de Marcela Topor y respectivas hijas. Pero los deseos personales chocan con la narrativa suministrada a los colectivos más radicales del independentismo. A raíz de su escapada a Waterloo se ha convertido en el adalid del procesismo. Durante la campaña electoral garantizó bloquear el funcionamiento del Parlamento si la cábala electoral lo posibilita. Decenas de exaltados han ido peregrinando hasta el chalet belga con el único objetivo de fotografiarse al lado del ex mandatario.
De tal manera que una eventual investidura de Sánchez con los votos de JxCat sería interpretada como alta traición entre los más fanatizados. Le acusarían de anteponer el interés personal al de la causa, de reflotar la naturaleza pragmática de los convergentes y su “peix al cove”, de sucumbir a las presiones de Jaume Giró y Josep Rull, principal beneficiario de una caída en desgracia del fugado
Una imagen que no tardaría en ser agigantada por los actuales dirigente de la ANC (Dolors Feliu, Uriel Bertran), Josep Costa, Albano Dante Fachín y otros seguidores de la denominada 4º lista. Figuras mediáticas que podrían conformar una nueva alternativa política liderada por la anárquica Clara Ponsatí. El historiador Agustí Colomines, persona muy cercana a Puigdemont, insinuaba en un editorial que “(…) aquellos que temen que el independentismo político se venderá por nada tienen razones para sospecharlo”.
Los más fanatizados esperan similar deslice como agua de mayo. Desde hace un bienio la plataforma separatista ha perdido toda capacidad movilizadora, y las invitaciones a estorbar acontecimientos multitudinarios como la Vuelta caen en saco roto por la acción preventiva de los cuerpos policiales. La detención de cuatro radicales que ambicionaban boicotear el evento deportivo es un mal presagio de cara a la Díada de 2023.
Todo está por decidirse. Sánchez deberá tener mucho cuidado en no vender la piel del oso antes de cazarlo. Mientras tanto nos entretenemos con las aventuras de Alberto Nuñez Feijóo…
P.S. Consenso y Regeneración, entidad formada por el economista Félix Ovejero, el socialista Pedro Bofill, la arquitecta Paloma Sobrini, el ex ministro de Defensa con el PP Eduardo Sierra o el ex presidente de Sociedad Civil Catalana Fernando Sánchez Costa, ha presentado un manifiesto a favor de acuerdos transversales entre formaciones constitucionalistas.