Eso nos vuelve a indicar que el poder de la manipulación y del lenguaje torticero está jugando una mala pasada a los votantes españoles, y por ende a la democracia. Lo fundamental es entender bien que, en lo trascendental, este Gobierno y el que parece que va a venir no son para nada “progresistas”. Sino todo lo contrario. Es un insulto a la inteligencia pretender que se es progresista por una errada Ley Sisí o una minoritaria Ley trans o haber cambiado a Franco de tumba. Eso es lo aparatoso, pero, en lo radical, las políticas seguidas han destrozado toda posible solidaridad entre ciudadanos, han destrozado la igualdad ontológica de los españoles en derechos y obligaciones creando españoles privilegiados en mayor o menor grado. Por supuesto estas dos tendencias de fondo han mermado las libertades fundamentales de los españoles, y sobre todo, han despreciado grandemente el interés general de la mayoría de los españoles. Nada que trabaje contra el bien común, y contra la igualdad, fraternidad y libertad es progresista. Convendría que se fuera muy consciente de ello antes de las próximas elecciones.
Las segundas declaraciones, más alarmantes a nuestro juicio, son las que han prometido la “desjudicialización” del golpismo y del separatismo. Y no importa el enfoque secundario de observar que con ello el Presidente en funciones se desdice de abundantes declaraciones de hemeroteca. Quien a estas alturas no se haya enterado de que Pedro Sánchez miente y engaña a la misma velocidad con la que produce declaraciones, mejor que vaya al médico. En este aspecto, lo relevante es que se ha demostrado que mentir cual tuno no tiene ningún coste político para él y su “proyecto”. Se ha visto cómo no ha tenido ningún efecto en una amplia mayoría de votantes si sumamos a los suyos propios la abstención y los separatistas y neo-comunistas encantados. Lo importante de esas declaraciones desjudicializadoras, que adoptan la vieja añagaza de los secesionistas, es que suponen una reducción, casi anulación, del poder judicial equilibrador, una burla al estado de Derecho (y no hay democracia sin Estado de Derecho) y a los jueces que salen humillados. Por simplificar exagerando (esperamos) un ejemplo de resolución de un conflicto de partición de una Nación sin estado de Derecho puede ser la antigua Yugoeslavia.
Pero acabemos, para compensar, con una declaración que aporta una luz de optimismo. Esta se la debemos al que consideramos el Voltaire español de los siglos XX y XXI, el maestro Fernando Savater. En entrevista reciente por razón de la firma del manifiesto sobre la Tercera España, y para alegría de los Casandra como yo, el filósofo activista ha reconocido al fin que España está absolutamente rota. Si los intelectuales progresistas de postín se lanzaran en tromba a admitir la realidad, a explicarla y a volvernos conscientes de que no se trata de una lucha de Partidos, ni de frenar derivas, ni de salvar un régimen agonizante, ni de derogar futilezas, sino de reconstruir España, entendida como conjunto de los españoles iguales ante la Ley, arramblando a sus enemigos interiores, a los enemigos del bien común, podríamos albergar alguna esperanza. Una esperanza otoñal.