Cómo solo se había visto en la ciencia ficción, en el siglo XXI, la Inteligencia Artificial (IA) ha ido surgiendo con una fuerza transformadora en la sociedad actual. Desde su concepción en la década de 1950, esta disciplina ha ido experimentando avances impresionantes que han cambiado en su totalidad la forma en la que interactuamos con la tecnología y con el mundo que nos rodea. En días recientes, se han ido acumulando noticias relacionadas con la inteligencia artificial que han causado más de un sobresalto. Ya que no se trata ahora simplemente de la aparición de contenidos que provocan desinformación en las redes sociales, sino de auténticos ataques a la dignidad de las personas.
La IA, que puede mejorar las tareas pesadas y repetitivas en el trabajo o la vida cotidiana, se ha convertido en un riesgo para muchas profesiones, desde las artes hasta la medicina y en una amenaza por la posibilidad de generar contenidos falsos.
Hoy en día, y de forma sutil, la IA, se ha infiltrado en nuestra vida diaria de formas que no habríamos imaginado desde hace algunas décadas. Los asistentes virtuales como Siri, Alexa y Google, son ejemplos notorios de cómo esta ha facilitado la interacción entre el ser humano y los dispositivos electrónicos.
Estos sistemas, a través de un acceso ilimitado y con una impresionante capacidad de análisis y respuesta, pueden comprender y responder a comandos de voz, brindando información, entretenimiento y asistencia en una variedad de tareas.
Al igual, la IA, ha dejado una marca indeleble en la industria de la salud, con sus algoritmos que utilizan para el diagnóstico de enfermedades, prever tendencias y acelerar investigaciones de nuevos tratamientos.
Sin embargo, la aparición de estas nuevas tecnologías conlleva riesgos por el mal empleo de las nuevas potencialidades.
Con su omnipresencia en nuestro tejido social, la IA logra incrementar los riesgos, especialmente por la posibilidad de establecer problemas de alineación debido a la complejidad de los algoritmos y estrategias de su optimización, conteniendo sesgos y fines indeseados por sus creadores.
Por otro lado, como sociedad, buscamos modos de protección ante el mal uso de las tecnologías. Protegemos nuestros datos personales, luchamos con copyright y ponemos filtros en internet para evitar el acceso a contenidos dañinos.
El desarrollo imparable de la IA demanda nuevos marcos legales en los que se lleva tiempo trabajando desde múltiples instituciones. Hay una sensibilidad creciente a este factor en prácticamente todos los sectores de la sociedad y se continúa dando pasos en buenas direcciones.
No obstante, establecer estos marcos legales ante los potenciales riesgos de la IA, aun siendo algo necesario, la legalidad no puede impedir por sí sola y a cualquier coste el mal empleo que cada uno le dé a la IA.
El efecto potenciador de la IA en la actividad humana, cuyos efectos positivos muy pocos ponen en duda, hace que la dimensión ética de nuestro actuar cobre aún mayor protagonismo. Cuando hablamos de ética en la IA, no estamos simplemente considerando cómo implementar algunas normas éticas en las máquinas. En su sentido más profundo, la dimensión ética de esta inteligencia hace referencia a cómo nos reconocemos y tratamos como personas a la hora de emplear esta poderosa herramienta.
La ética, tiene siempre que ver con la vida y el actuar personal, por eso está también presente en este campo.
Paradójicamente, la IA nos desafía a comprendernos mejor como personas. Sus potencialidades nos hacen caer en la cuenta de qué significa que cada ser humano pueda emplearla para el bien o para el mal.
La ética ha desempeñado un papel fundamental a lo largo de la historia de la humanidad, guiando el comportamiento y el desarrollo cultural. Inicialmente, estaba ligada a cuestiones divinas, pero con el tiempo, fue adquiriendo dimensiones políticas y se universalizó. Sin embargo, la fragmentación política y religiosa llevó a una diversidad de éticas.
La velocidad y la evolución constante de la revolución tecnológica plantean desafíos a la reflexión ética, que a menudo se queda rezagada. La interconexión global ha creado una compleja red de sistemas y procesos, en la que los impactos se propagan y amplifican, incluyendo los riesgos para la sociedad y los más vulnerables. Las esferas de lo individual y lo colectivo se superponen más que nunca, lo que hace que una ética centrada en el individuo sea insuficiente.
La ética no debe ser solo critica de la tecnología, sino que debe ser una guía para el desarrollo tecnológico hacia una humanidad mejorada.
En una sociedad basada en la IA, la ética debe asegurar que la tecnología respalde los valores y la visión humana, al igual que ahora se aseguran los criterios legales y los derechos. Protegiendo de igual forma la individualidad y la diversidad cultural en un mundo cada vez más homogéneo y controlado por las grandes plataformas.
La IA abre hasta límites insospechados el abanico de posibilidades para actuar.
Representa una maravillosa oportunidad de avance, una entidad con capacidad de pensamiento con la única tarea de pensar y con acceso absoluto de la información abre puertas a un futuro diferente. Puede ser un martillo para colgar la Mona Lisa, o uno para cometer un crimen. Es por eso, que la ética y los valores, serán fundamentales para la armónica convivencia con esta nueva realidad. A través de marcar, los límites y las fronteras del uso que le demos a esta herramienta.
REFERENCIAS:
- Breve historia visual de la inteligencia artificial. (2019, agosto 5). National geographic. https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/breve-historia-visual-inteligencia-artificial_14419
- Chavez, J. J. S. (2023, abril 6). Inteligencia Artificial (IA): Ventajas y Desventajas. Deltaprotect.com; Delta Protect. https://www.deltaprotect.com/blog/inteligencia-artificial-ventajas-y-desventajas
- El País, E. (2023, septiembre 30). Inteligencia artificial. El País. https://elpais.com/noticias/inteligencia-artificial/1/