Mirando hacia atrás difícilmente hubiéramos vaticinado lo actual. La imposibilidad de que las dos principales formaciones logren mínimos acuerdos únicamente refuerza quienes ambicionan la partición territorial del Estado y la implosión de sus cimientos institucionales. Ocasiona tristeza y desamparo que el presidente avale citarse con un fugado de la justicia y que se justifique el todo con frases altisonantes como “normalización democrática” o se argumente que las reuniones mantenidas en suelo galo o belga “sean valiosos instrumentos” en aras de resolver un conflicto inexistente y alimentado por el necio ventajismo político.
Asimismo, resulta de engorrosa comprensión que se avalen hasta tres mesas de negociación con fuerzas separatistas completamente enemistadas y que persiguen la mutua aniquilación. Garantizar a Junqueras y Aragonés que se le ofrecerá el mismo trato reservado a Puigdemont sólo contribuye a tensar la desgastada cuerda en la que sustenta todo el andamio gubernamental.
Cabe recordar que el ex alcalde de San Vicente de las Huertas transcurrió algunos meses en la cárcel de Lledoners y ha sido inhabilitado. De lo contrario el gerundense no ha respondido ante la justicia y toda interlocución le refuerza de cara al exterior otorgándole una innecesaria y contraproducente legitimidad. Cualquier fotografía pública o altavoz mediático se utilizarán para facilitar el aterrizaje barcelonés y silenciar las quejas de los sectores más ortodoxos y radicales de JxCat y del nacionalismo catalán.
Una operación que si por un lado alimenta la lucha de poder entre posconvergentes y republicano, por el otro menoscaba el liderazgo de Salvador Illa y dificulta la conquista de la presidencia autonómica de cara a futuras elecciones. Desconocemos si Pedro Sánchez es aficionado al póker, en tal caso le desaconsejamos que recurra a faroles como los utilizados por Clara Ponsatí y el Gobierno de la Generalitat en otoño de 2017.
Según varias encuestas el PSC perdería casi la mitad del millón y doscientos mil electores que aseguraron 19 escaños en el Congreso el 23 de julio. El destronamiento del separatismo y el regreso a la Casa de los Canónigos no justifican ninguna de las sandeces o engaños disfrazados de cambios de opinión. Y tampoco soplan vientos favorables en Navarra con la renuncia de dos concejales del ayuntamiento de Pamplona al hilo del mefistofélico pacto con EH Bildu.
Jorge Dezcallar, primer embajador en ascender hasta la dirección de los servicios de información, exigía en un artículo publicado en “El Periódico” que “a estas alturas (…) no me tomen el pelo”. En pocas líneas desnudaba el maniqueo proceder del actual gobernante y criticaba que se impulsara “una legislación que va en contra de la igualdad de los españoles” y desvirtúa una de las señas de identidad del mismo PSOE. El diplomático también arremetía contra el condono de 15 mil millones de deudas a la Generalitat y se planteaba si la división de poderes heredada de Montesquieu, cimiento de la solides democrática, quedaba completamente desatendida con la polémica ley de amnistía. Solución mágica que ha soliviantado a todas las asociaciones de juristas.
Interrogantes más que justificados ante el proceder de una clase dirigente sobrevenida y desquiciante en su mediocridad. Asistimos estupefactos al intercambio de ofensas entre presidentes regionales y ministros escogidos por su cainismo y pestilente animadversión. En vez de la concordia y de la habilidad negociadora se premia la malquerencia y la inquina, despreocupándose del efecto polarizador que ocasionan similares ejercicios de virtuosismo lexical en la sociedad.
Abandonamos 2023 y nos invade un marcado desasosiego y una persistente intranquilidad. El optimismo, del que nunca he sido portador, brilla por su ausencia y no logro vislumbrar nada esperanzador o ilusionante. Ojalá me equivoque, pero el año venidero se antoja más angustiosos que el predecesor.
A pesar de todo Felices Fiestas.