En modo alguno pueden considerarse anecdóticas o aisladamente las palabras del corrupto Jordi Pujol, en las que señalaba que “un latinoamericano es más difícil de integrar que un marroquí porque les cuesta entender la catalanidad”. Esa simiente de ingeniería social del ‘padrino’ del nacionalismo más excluyente y ladrón en modo alguno se ha abandonado: se ha regado en tiempos del infausto Mas y se ha abonado por parte de todos los facinerosos que le han seguido al frente del ejecutivo regional de Cataluña, incluidos los que fueron condenados por el Tribunal Supremo por delincuentes, con causa en el golpe del 1-O y sus alrededores.
Una política de inmigración en manos de la cuadrilla que camina sobre la alfombra roja de Sánchez hacia la independencia significa menos Policía Nacional, menos Guardia Civil, menos CNI. Significa, en fin, el debilitamiento de todos aquellos resortes del Estado de Derecho que resultan imprescindibles, insustituibles y útiles para detectar, prevenir, neutralizar y contrarrestar toda suerte de infiltración delincuencial y criminal que llega desde el otro lado de las fronteras para agredir a España y a los españoles: nuestro patrimonio, nuestros intereses, nuestra propia integridad en todos sus aspectos.
Los pagos de Sánchez y la cuadrilla de comunistas que le arropa ante la extorsión incesante de los independentistas catalanes no conocen límites. Es tan evidente como alarmante. Pero el inquilino de La Moncloa acaba de cruzar una delicadísima y peligrosísima línea roja: si -Dios no lo quiera-, España sufre un zarpazo violento -mejor no imaginar la magnitud- de quienes se puedan infiltrar y mover cómodamente por nuestro territorio causando destrucción y daños, incluso muertes, los culpables serán siempre esos delincuentes y esos criminales, sin duda. Pero habrá un elemento insoslayable de negligencia, de complicidad, de colaboración insólita y nauseabunda del presidente del gobierno de España con los politicastros separatistas que sueñan cada día con un país, el nuestro, que quede invariablemente vendido ante sus enemigos. Sean de la índole que sean. Y, por supuesto, vengan de las tierras que vengan.