Ahora bien, dicho esto, reitero que no voy a dejar que rompan mi Patria. La Constitución que aprobamos en 1978 dice muy claro que se fundamenta “en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles” Yo no voy a renunciar a ello.
La triste realidad es que al amparo de esa Constitución la política española ha tomado, desde hace mucho tiempo, unos derroteros que toleraron, y toleran, que se ultraje a la bandera común de todos, mientras que se exalta y multiplica la presencia de banderas de regiones y nacionalidades. Recuerda así a la fugaz República de 1873 y al disparatado cantonalismo que la precedió y la acompañó, aunque en esta etapa se ha dado felizmente sin sangre, salvo en el caso del País Vasco donde “unos han movido el árbol y otros recogen las nueces” en las desdichadas palabras de Arzallus.
A título de ejemplo, la desaparición en las fiestas de muchos pueblos de Andalucía de la banderita roja y gualda, sustituida por la blanca y verde autonómica, aunque parece que ahora está volviéndose a incorporar la tradicional banderita española.
Otro, las recientes declaraciones de Imano Pradales, candidato del PNV a lendakari, manifestándose a favor de la independencia del País Vasco a la vez que recuerda sus ocho apellidos castellanos, sí ha leído bien, ocho apellidos castellanos no vascos, son una demostración explícita de hasta donde se ha llegado al tolerar políticas antiespañolas.
El buenismo, la poca visión de Estado y la falta de un claro espíritu de reconciliación entre izquierda y derecha han sido las causas principales de que estemos en la grave situación de riesgo de ruptura actual. La pérdida del sentido nacional se ha visto impulsada por la tolerancia de los ultrajes a los signos nacionales y el incumplimiento de la ley de Banderas, las embajadas independentistas que se extienden por el mundo, una enseñanza que margina la lengua común española, unos contenidos históricos que crean 17 historias locales y que hablan muy poco de la Historia de España, unas transferencias excesivas de competencias del Estado en detrimento de un enfoque nacional de las FCSE, de la unidad de mercado y de la imprescindible solidaridad que debe existir entre los pueblos y los territorios de España, etc.
La Constitución reconoce a Imanol Pradales el derecho de libertad de expresión y opinión y por tanto de propugnar la independencia del País Vasco, pero también nos reconoce a los demás el derecho a exigir que se mantenga la unidad de España, que aparece en el artículo 2 de la Constitución.
Por ello hay que exigir que se utilicen todos los instrumentos constitucionales como son el 155, que puso en marcha Rajoy pero que no tuvo la firmeza necesaria para aplicarlo, o el 150.3 que establece que “El Estado podrá dictar leyes que establezcan los principios necesarios para armonizar las disposiciones normativas de las Comunidades Autónomas, aun en el caso de materias atribuidas a la competencia de éstas, cuando así lo exija el interés general”
Si queremos que no se rompa España debemos exigir a los partidos políticos, a los que vayamos a votar, que sean claros y rotundos respecto a las medidas que están dispuestos a utilizar en defensa de la unidad nacional. A estas alturas ya no valen medias tintas ni buenismos. Hay que enfrentarse con firmeza a Pradales y a Puigdemont. Digamos con rotundidad YO NO VOY A DEJAR QUE ROMPAN MI PATRIA. ¡Viva España!