Cuando por fin has aprendido, tras más de una vez haber salido solo y mojado, sin nada en los bolsillos y ha costado largo rato el secado, que no conviene sin más tirarse a nadar en la primera poza que aparece en el camino; cuando has comprobado que no hay muro sin grieta; cuando adviertes que son muchos los que predican contra el mundo que les imponen, pero son pocos los que se rebelan y asumen el riesgo que conlleva torcerle la mano; cuando has vivido que a veces se está solo, y a veces se está más solo.
Cuando has definitivamente sabido que si son otros los que se imponen en el son a la hora de elegir el baile, por alto que sea el precio, ni por asomo se puede permitir que también impongan el ritmo. Y donde uno ha decidido estar si no se admite que todos dancen, cada uno según su compás, para eliminar conflictos se tira la orquesta al río.
Cuando conoces que apostar solo a caballos favoritos no tiene vértigo ni mérito, y que todo segundón tiene una oportunidad para dar una sorpresa durante la carrera; cuando admites con agrado que a veces hay que hacer cosas que no nos gustan; cuando no te queda ninguna duda de que las autoridades, en su inmensa mayoría, se mueven al sonido del dinero; cuando evidencias que toda persona tiene su precio o su punto débil, alguno en su punto de egoísmo acapara ambos, y si se hacen conocidos y públicos para el tercero o el ajeno es un tesoro y para el propio su condena.
Cuando no se te escapa que para embestir con más fuerza a veces hay que retroceder un par de pasos; cuando intuyes y respetas que unos callan dolores y otros certezas que no quieren traicionar; cuando comprendes que toda persona de alguna manera es un iceberg y mientras no perjudique está en su derecho a ocultar aquellas de sus partes que le pueda convenir. Cuando has interiorizado que el placer radica en beber el agua sorbo a sorbo y no en tirarse de cabeza al pozo.
Cuando con el pasar de los años cambian los párrafos y las ideas que más nos interesan de un libro. Cuando has visto que todo precisa su tiempo y su mérito, y que lo mejor frente a según qué argumento es guardar silencio. Cuando no cuesta distinguir si lo que al otro motiva es el hambre o simplemente demostrar que todavía es capaz de cazar.
Cuando le has respondido a la felicidad que ella es la primera que siempre precisa la ayuda de buenas decisiones y de palabras oportunas; cuando quedan todavía pequeños y breves retazos de ilusión, y ahí están a tu disposición para un efímero deleite en los residuos de sueños incumplidos que en su cajón amigable la desgastada memoria conserva.
Cuando todo esto se alcanza y se incorpora al acervo particular y propio, cuando en ese pico por fin se hace cumbre, a cualquiera la espalda, en mayor o menor grado, le duele por tener que soportar por los restos, junto con mucho trabajo y esfuerzo hecho y acabado del todo, la carga de un poco de suerte, esa necesaria que permite afirmar. “Por lo menos, yo he llegado”.
Y la recompensa por todo ello, que cada cual juzgará si ha merecido la pena según criterio individual pues al despedirte esa carga aquí se queda, es una ingente cantidad del contenido de ese no intercambiable constructo consciente que se ha ido acumulando en nuestra mente durante todo nuestro recorrido vital en el sentido más amplio, y al que para acortar y facilitar su entendimiento le llamamos simplemente experiencia.