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· Por Julio Bonmatí, Observador de masas

domingo 30 de junio de 2024, 09:00h
Hace muchos años en un artículo leí la siguiente frase, que se adjudicaba a Johann Wolfgang von Goethe, "El que sabe hacer, hace. El que no sabe hacer, enseña y ... el que no sabe enseñar, escribe manuales de pedagogía." Al recordarla me viene a la cabeza los muchos diletantes que he conocido que dicen con la boca llena que vienen de vuelta de algo que nunca supieron qué era. Y como derivada de la frase de Goethe, hay para mi consumo propio, a los efectos de lo que hoy quiero abordar, varias categorías de trabajos; tal distinción me sirve únicamente de fulera guía al elegir al profesional del que tengo puntual necesidad para salir de un atolladero, cuando no me basto para hacerlo solo.

Por un lado, está aquel trabajo que no es deseable que quien lo realiza previamente tenga una amplia experiencia como receptor destinatario del servicio o producto que con su desempeño se manufactura; y por otro lado, tenemos el caso contrario, cuando se precisa en el operario actuante amplio recorrido como destinatario para desarrollarlo con un mínimo de garantía de éxito.

Ejemplo del primero lo tenemos por mencionar el más recurrente y conocido en el bombero, en el que suele ser preferible que no tenga, previo a su ingreso en tan honorable cuerpo profesional, largo recorrido como pirómano; aunque para mí el paradigma de este primer grupo es el psiquiatra, se lo imaginan en la consulta ingiriendo clomipramina para paliar su perturbación [obsesión maniaco compulsiva con la mujeres vestidas de blanco] a la vez que trata de reducir el trastorno del paciente [obsesión maniaco compulsiva con las mujeres vestidas con pijama hospitalario] ¡Pobres enfermeras!

En el segundo caso hay varios ejemplos, y así en el cocinero más vale que practique y le guste mucho, antes de servirlos, paladear y saborear los platos que prepara; y también es aconsejable en el sumiller, cuya praxis basicamente consiste en el consejo, que no padezca alergia total y absoluta al alcohol, de forma y manera que solo pueda beber agua.

En el campo de la enseñanza no hay opción, y así en mi opinion en el caso del profesor no es posible ser bueno, sin haber sido primero de alguna forma y en alguna ocasión mal alumno; no quiero que me enseñe quien nunca fracasó en un examen. No considero buen docente a quien lo primero que ignora de su profesión, es como ayudar a gestionar la frustración.

También tenemos, este grupo me despierta una especial simpatía y ternura, el caso de los que respecto a su trabajo, una vez que han probado en carne propia el resultado del buen hacer de su laburo ya no pueden aunque quieran, volver a realizarlo; obviamente me refiero al verdugo, sin duda alguna ocupa la cúspide, y también en este grupo podemos encuadrar al fabricante de venenos mortales y al enterrador.

Están las profesiones donde muchos agradecen la empatía con fundamento, [la empatía sin fundamento para mi es una repugnante impostura], pero dudo mucho que haber en uno mismo experimentado la desgracia realmente mejore el talento, la capacidad y la habilidad del experto que tiene que sacarnos del apuro. No veo para la defensa ventaja alguna en que el abogado haya pasado un tiempo a la sombra, y tampoco veo para la cura beneficio alguno en que el medico haya ocupado una cama del hospital durante una temporada.

Quiero romper una lanza en favor de la profesión de asesor fiscal, cuyo trabajo tiene una característica que lo distingue de cualquier otro, por un lado tiene un cliente, el que le paga por su tarea; pero su trabajo tiene dos destinatarios: el cliente y hacienda. Y cuadrar los intereses de ambos en más de una ocasion al ser contrapuestos, no es cuestión de impuestos, sencillamente es un milagro hacerlo.

Y, aunque estoy seguro que me dejo más de un grupo, por ultimo hablaré de aquellos trabajos que dificilmente no cumplen su función si el destinatario no está presente y de alguna forma no da el visto bueno al resultado, por ejemplo el actor de teatro, quien para conseguir tal marchamo precisa de la asistencia de un público a la representación; y aquí también incluyo al escritor, pues me pregunto si lo es solo por escribir, o solo alcanza realmente tal condición cuando por fín ya ha sido leído y criticado.

Y esto me hace recordar al articulista aquel al que sus seguidores, donde en el fuero interno de cada uno de ellos habitaba un avezado lector, sin dejar ninguno sin decirselo, todos los lunes cumpliendo fielmente la tradición le repetían a voz en grito ¡En el próximo dominical, tu columna la va a leer tu tía, la tuerta!

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