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Dos

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· Por Julio Bonmatí, Observador de masas

domingo 07 de julio de 2024, 08:00h
Cada vez se alarga más la esperanza de vida, y ello implica que se alargan todas las etapas de la misma: infancia, adolescencia, juventud, adultez y vejez. También por ello a veces nos confunde dónde diablos debería situarse la edad exacta con cada nuevo cambio; sobre todo y cada vez más respecto a la edad adulta. Está empezando a cuajar la hipótesis de que alguno para evitar responsabilidades se la salta. Como a veces tengo obligados tiempos de espera, lo que si no queda otra jamás me desespera y más bien lo agradezco, me entretengo buscando alternativas para establecer mis propias taxonomías.

Y la alternativa para establecer el grado de avance en la vida de una persona de las que todavía respiran, lo hago pivotar sobre la teoría de “las tres etapas del calcetín”. Donde básicamente al ser en su totalidad lineal para nada se precisa darle vuelta alguna a la prenda.

¿Cómo lo hago? Fácil, tomo como punto de partida para establecer el primer periodo aquellos viejos tiempos en que se fabricaba muy resistente y cuando se rompía el calcetín, este con esmero se zurcía y servía para otras temporadas; luego se pasó a un nuevo periodo donde, sin reducir la calidad de aguante de la materia prima, al romperse directamente se tiraba y se sustituía por uno nuevo; y por último llegamos a la época que estamos viviendo, donde desde hace ya unos años se fabrica el calcetín bajo la estrategia empresarial de la obsolescencia programada; su vida útil [la del calcetín] tanto en materiales como en las especificaciones técnicas de su manufactura viene preestablecida de fábrica. Es así, y los progresistas lo llaman progreso.

Los fabricantes al hacerlos son los que deciden cuándo se rompen, y por supuesto al adquirirlos no te advierten del fatídico momento; y además crees que ahora eres mucho más libre porque para evitar desagradables sorpresas acumulas muchos más en el cajón, sin ser consciente de que para ti es dudosa la rentabilidad de tal inversión, y por tal acaparamiento al vestirte empleas más tiempo para elegir cual te pones.

Pues bien, si una persona ha vivido las tres etapas de la teoría del calcetín tiene entre media y alta probabilidad de poder pensar por sí mismo, aunque siempre no ejerza esa mala costumbre; si solo ha vivido las dos últimas etapas, para pensar por sí mismo precisa del apoyo de Internet, y así tras consultarlo finalmente podría llegar a pensar un poco por sí mismo; pero si toda su vida se ha desarrollado durante la obsolescencia programada aunque quiera no puede pensar por sí mismo [también está programado], pero no le supone un problema pues lo hace en su totalidad Internet por él, y le vale.

Alguien dirá ¡Menuda tontería! Y no negaré ni discutiré que pudiera serlo, sobre todo si para verificar tal conclusión la ha sometido a la evaluación de la inteligencia artificial.

Pero a mi juicio que el zurcido y a consecuencia del mismo la imperfección del calcetín no te impidiera divertirte, tiene mucha transcendencia; la constatación de la convivencia con el defecto como estado válido para la alegría; y la libertad de dar la espalda a la perfección como única situación para la satisfacción.

Ambas zurcir y sustituir son soluciones para el mismo problema. Pero zurcir es un hábito que implica la realización de un esfuerzo canalizado en forma de trabajo manual con un resultado que permite el desarrollo personal al humano, le exige por la cuenta que le trae y en su beneficio que se perfeccione en la manufactura de su obra, para zurcir bien se precisa un control de las emociones, zurcir añade valor;y aunque tirar y sustituir también es un hábito y sin duda es mucho más rápido (permite incluso el adelanto al poder almacenar el repuesto) y cómodo (no se perla la frente), en este caso al prescindirse de un proceso disfrutado en carne propia, todo se reduce a un proceso de compra y por tanto a incluir las emociones en el campo de lo intercambiable por dinero, en definitiva a ponerles precio.

Tener que zurcir, como toda costumbre que implica esfuerzo, enseña estrategias para la tomar decisiones que no enseña tirar y sustituir sin más; y así a fuerza de repetir la experiencia,se aprende a dominar los impulsos y se interioriza que te debes esforzar para conseguir hacer tuya como generalizada pauta de conductaque antes de abrir la puerta y entrar: primero, conviene saber realmente hasta dónde te quieres meter; y segundo, que también interesa conocer para cada punto de penetración cuanto te costará salir.

Y si al leer el texto has echado de menos el “dos” del título; observa que fue la sabia naturaleza la que te dotó de pies, y para que no te falte la oportunidad de zurcir, siempre al abrir el paquete de los calcetines para lucirlos y poderte lucir, tal y como se espera, te encuentras “con un par”.

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