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Dama

· Por Julio Bonmatí, Observador de masas

domingo 21 de julio de 2024, 09:41h
Dama
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Traigo un mensaje para una dama ¿Reside alguna en este magnífico palacio? - Siete, una para cada día de la semana. - Me temo que eso no te lo crees ni tú, en el tablero más vale que no coincidan más de dos, y solo si difieren en el color. El artículo 14 de la Constitución, con el que obviamente estoy absoluta y totalmente de acuerdo, establece la igualdad y prohíbe la discriminación por, entre otras, la razón de sexo. ¡Cómo debe ser! Sin admisión de alegación alguna en contra.

Por ello, siempre he creído, con pleno convencimiento, que si no es correcto tratar desigual a los iguales, es todavía menos correcto tratar igual a los desiguales. Y no respetar esta última afirmación no es en mi opinión la manera adecuada de eliminar la desigualdad, en cuanto a lo que tiene de brecha.

También pienso que distinguir, por depender en muchas ocasiones de un simple y pequeño matiz, no está en toda ocasión al alcance de cualquiera. Y el pincel fino se inventó para perfilar las líneas delgadas, esas que es imposible definir con la brocha gorda.

En todo juego hay de una manera u otra una representación de la vida. En el ajedrez la pieza más valiosa durante la partida es la reina, conocida también como dama. Si bien al principio de la partida su función aparente es proteger al rey, cuando el juego es inteligente y este último está suficientemente guardado por otras fichas, ahí lo deja, aunque no a su suerte, y toma un papel [la dama] plenamente activo; ahora su misión es la de contundente y amenazante atacante, como el acorazado (el buque más poderoso) en una flota de guerra.

Hablando de flotas de guerra, por estar entre ellas muy lejos de ser aliadas y compañeras de fatigas, para mi consumo propio, hay una diferencia que con mucha frecuencia hago y es la que establezco cuando conozco a una persona de sexo femenino (soy consciente que no empleo la palabra género), al dividir a estas en dos grupos: las que están en un escalón, el de ser mujeres; y las que ascienden al peldaño superior de ser damas. Grupos que rara vez a mi parecer comparten intelecto, campos de actuación y objetivos.

En el último grupo, el menor en número de los dos, están aquellas que, sin menoscabar jamás ni un ápice su feminidad, consiguen en todo momento y lugar con sutil elegancia que impere de su sólida personalidad y su construido carácter el aspecto de su humanidad que más le interesa.

Una dama nunca dice ni hace “humanaderías”, que son discursos o actos de pomposa aparente humanidad pero realmente vacíos de real, verdadero, cierto y auténtico contenido racional y emocional.

En su inteligente relato, la palabra de una dama no admite en su interpretación sacarla de contexto, es una gran torpeza hacerlo, pues en más de una ocasión para comprenderla en toda su extensión es importantísimo analizar lo silenciado, siempre hecho con un propósito, que guardando directa o indirecta relación acompaña a esa palabra.

Su personal largo viaje a Ítaca está lleno de peripecias, cualquier otra circunstancia le parece una falta de respeto y una lata. No elude singladuras, ni islas de aguada, ni puertos, sabe que de todos ellos se nutre su experiencia, y el orden de unas y otros lo elige ella sin sentir la necesidad de dar mayor explicación. No se apresura en el camino, el tiempo es su aliado; son sus consecuencias, es su particular camino a Ítaca, y en recorrerlo encuentra su propia meta.

Solo en su permanente lucha consigo misma no sale vencedora, en el resto de los combates si no sale ganadora, tiene la habilidad para que al rival no le satisfaga del todo la victoria; al regalarle con la sonriente despedida, y dicha con envolvente voz suave, una frase con doble sentido cargada con una cáustica dosis generadora de sentimiento de ridículo o en su defecto de cargo de conciencia.

Con el que la quiere libre y no le pone límite en su pensamiento ni en sus movimientos, ni dentro ni fuera del tablero, llegado el momento en ofrecerse para el sacrificio no tiene duda alguna, sin acelerar el pulso lo hace gustosa; en ese lance es tan leal como su homóloga la pieza.

Domina el disimulo básicamente para que no le adivinen la estrategia. Y si se le fuerza a usar de la emboscada, es la reina del señuelo. Durante la partida ocupar el vacío escaque de su espalda no es retroceso, es esa digna vuelta acompañada con vuelo de falda que hace posible sin solución de continuidad el avance del baile, y así con tal finta magistralmente ejecutada al ángel emboba y el demonio con ella sueña.

Dicho de manera menos elaborada y más escueta: es ella, y solo ella en tanto que ha alcanzado el título de dama, la única que otorga permiso al viento para que la despeine.

Y la pregunta de por qué este, al que cuando ruge se le llega a llamar huracán, sumiso lo admite y no se revela; como cualquier otra cuestión relacionada con ella, nada es simple en su persona, tiene doble respuesta: la primera, porque como toda manifestación de la naturaleza el aire en movimiento nunca trata igual a los desiguales; y la segunda, porque en ella la brisa reconoce estar ante otra excepcional manifestación, aunque en este caso no de la naturaleza, sino de un concepto ubicado en un peldaño muy superior, al que llamamos belleza.

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