La llegada (con connotaciones innegables de invasión cotidiana) especialmente de inmigrantes del África musulmana está desatando las tasas de delincuencia y criminalidad en nuestras calles. Es pura estadística policial, más allá de las opiniones levemente indoctas o rabiosamente ignorantes de actores (sean políticos o mediáticos) en el ámbito de la izquierda o de la derecha más acomplejada. La pregunta es: ¿quién podría estar interesado, en nuestros países, en cultivar su propia ruina, este auténtico pudridero, presente y para las generaciones venideras?
Más allá de teorías de apariencia conspiratoria, es indiscutible que la ininterrumpida invasión cotidiana en nuestras costas no es algo espontáneo ni está basado por supuesto en ninguna necesidad de producir en nuestras sociedades estabilidad económica o laboral (¿cómo podría hacerse eso con individuos que amenazan de muerte, que violan o que se emplean por las calles con machetes y katana a plena luz del día?).
Es una evidencia que las elites globalistas, quienes deciden en los grandes centros de poder occidentales, empezando por la casta política parasitaria que controla las instituciones europeas, no sólo no está frenando esta amenaza para los ciudadanos sino que la está alimentando con su inaceptable y, en el fondo, corrupta actitud, y con sus corruptas políticas, que están dibujando un degenerado Nuevo Orden Mundial en el que los Estados-nación son un obstáculo a eliminar, a diluir; eso conlleva -claro está- que se ponga en discusión el propio derecho a la defensa de las fronteras (¡¿puede haber disparate mayor?!).
Con los destrozos gravísimos y reiterados que está desatando la inmigración ilegal y la inmigración legal y radicalizada en nuestro viejo continente (incluida destrucción material y muerte de personas), sólo un papanatas o un demente podría seguir defendiendo que éste es el camino de la integración o de la necesaria multiculturalidad; que es bueno, en definitiva, lo que está pasando, lo que estamos en realidad padeciendo.
Hay puntos de inflexión en la Historia en los que sólo se puede estar a uno u otro lado del muro: con la libertad o con quienes la pisotean y fulminan; con la dignidad o con los pervertidos que, desde cómodas poltronas y por puros intereses oscuros de poder, la pisotean hundiendo a la masa. No hay grises ni plazas intermedias.
Éste es uno de esos cruces de caminos. Y ésta es la hora en la que los ciudadanos deberán/deberemos decir si merecen un ápice de confianza y respaldo aquellos dirigentes, aquellos integrantes de la casta política parasitaria que están apostando por el ‘relevo poblacional’, tomando medidas activas y constantes para que espacios de convivencia como el europeo o de territorios como España, en pocos años, tengan definitivamente la apariencia no de un país civilizado sino de un gran estercolero, imposible de rehabilitar. ¿Vamos a permitirlo? ¿No nos vamos a defender?