Ha comenzado esta semana el curso político con hechos bastante sorprendentes:
-El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, afirma sin despeinarse que gobernará sin el concurso del Congreso de los Diputados, cuál monarca absoluto, consiguiendo el vergonzante aplauso de los suyos. ¡Alguno podría haberle dicho qué estaba haciendo el ridículo!
-El líder de la oposición, Alberto Núñez Feijoo, tampoco se queda atrás y realiza una desacertada performance en el Palacio de los Duques de Pastrana de Madrid, junto a sus líderes regionales, evocando al Palacio de La Moncloa y comete un error de libro: que se hable de dónde en vez del qué. ¡Qué se lo hagan mirar sus asesores!
-Los extremos en su línea: Sumar y Podemos blanqueando a Maduro y Vox intentando sacar rédito de los inmigrantes menores de edad, vulnerando los convenios internacionales que España ha firmado sobre los derechos de la infancia, un derecho humano indiscutible.
-Los nacionalistas periféricos en su mundo paralelo: dando alas a un fugado reincidente y pidiendo más dinero.
Nadie, casi nadie, ha hablado de la ley ELA. Por si no lo saben, señores políticos, son las siglas de una enfermedad terrible: Esclerosis Lateral Amiotrófica. ¿No se acuerdan ustedes porque quizás son pocos, unos 5.000 españoles, los que la padecen? ¿O será porque no están en condiciones de reclamar ya que sus síntomas no les permiten una mínima movilidad?
Conocí de cerca la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) cuando escribí mi novela “Honrar la vida”, que va sobre la eutanasia. Un gran número de personas qué querían morir dignamente padecían este tormento. Y realmente me faltan las palabras exactas para describir lo que sufrían porque, aunque quieras, no te puedes poner en su piel. Ni siquiera yo, que padecí otra enfermedad grave.
La ley ELA, cuya tramitación parlamentaria se alarga más de lo debido, va de que el Estado asuma los gastos de esta enfermedad (Necesitan asistencia 24 horas) y de que se investigue para poder en un futuro descubrir un fármaco que, al menos, mitigue sus síntomas. Dicho de otra forma, hay poco más de 5.000 españoles que la Seguridad Social se está desentendiendo actualmente de ellos, vulnerando flagrantemente su universalidad.
¿Cuántos españoles más tienen qué morir para qué se hable de este tema?
¡Ellos no pueden esperar más!