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Irán, el cordón umbilical de Hezbolá

· La implosión de las hostilidades en Oriente Próximo y el peligro de una guerra total ponen en evidencia como el denominado Partido de Dios se ha convertido desde su fundación en 1982 en un aliado indispensable por los intereses de Teherán en la región

jueves 10 de octubre de 2024, 10:29h
Irán, el cordón umbilical de Hezbolá
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Entre las diferentes facciones que conforman el mediático Eje de la Resistencia, la organización chiita es sin lugar a duda la más relevante desde el prisma estratégico para el régimen de los Ayatolas. Su evolución y crecimiento a lo largo de los últimos cuarenta años representa el principal logro exterior alcanzado por Irán. Aquella milicia sectaria que vio la luz durante la guerra civil libanesa hoy representa uno de los actores no estatales más importantes de Medio Oriente.

El punto de inflexión de su auge armamentístico y despliegue socio-político coincidió con la llegada al poder en 1992 de Hassan Nasrallah. Desde entonces ha adoptado los contornos de un partido capaz de desarrollar una agenda interna y en algunas ocasiones de desmarcarse de las directrices procedentes de Teherán. Como explica la politóloga Benedetta Berti en sus investigaciones, la decenal relación entre Hezbolá e Irán puede dividirse en tres fases. Una inicial (1982-1992) que podría catalogarse de “formativa”, una intermedia que finalizó a mediados de los noventa y que facultó su aterrizaje en Beirut y zonas colindantes, y una tercera que comenzó con la llegada del siglo XXI y ha posibilitado su regionalización.

El primer vínculo se estableció durante la guerra civil libanesa que arrasó uno de los países más florecientes de Oriente Próximo. El deseo iraní de exportar la revolución a otros países de la zona y la necesidad de edificar un cordón sanitario alejado de la República Islámica fueron determinantes en la resolución de los ayatolás de explotar la inestabilidad interna del Líbano. La politización de la comunidad chiita del país de los cedros abonó un terreno fértil para el surgimiento del movimiento armado. Según el experto Magnus Rantsorp, la zopenca invasión de las tropas sionistas en 1982 “ayudó enormemente”. Una de las pifias estratégica más sonadas en la historia militar de Israel como ha recordado el periodista Ignacio Cembrero en El Confidencial.

Damasco, aliada estratégica de Teherán, contribuyó al establecimiento de una entidad chiita en el Líbano abasteciendo a los Pasdaranes de armamiento pesado e interviniendo a través de sus altos oficiales de inteligencia en el entrenamiento de las primeras células de Hezbolá. A pesar de las reticencias iniciales, los clérigos de Irán entendieron que sólo con la aprobación del régimen sirio el Partido de Dios llegaría a fortalecerse y prosperar. Fue el mismo Háfez al-Assad, padre del actual gobernante, quién permitió a Hezbolá conservar las armas a cambio de reconocer una tutela indirecta. Esto facilitó que la milicia chiita siguiera siendo la única dotada de un importante respaldo militar hasta convertirla en el principal actor socio-político de la franja meridional del país.

Como indicado, el nombramiento de Hassan Nasrallah como secretario general marcó un antes y después en la capacidad de Hezbolá de penetrar las capas sociales del Líbano. El objetivo más codiciado por el Mossad optó por dar a su movimiento una identidad propia y de alguna manera desconectarlo de la placenta iraní. Una decisión que provocó cierta tensión entre Beirut y Teherán, sobre todo cuándo Hezbolá se presentó a las elecciones parlamentarias de 1992 en las que obtuvo 12 escaños. Pero el mismo Khamenei entendió la importancia de que Hezbolá empezara a jugar un papel diferente.

Durante los años noventa, gracias al apadrinamiento de Damasco e Irán, Hezbolá empezó a proyectar su influencia más allá del Líbano. Sus milicias demostraron una sorprendente capacidad operativa asestando importantes golpes al ejército israelí y desarrolló técnicas de propaganda cada vez más efectivas hasta lograr atribuirse la retirada de las IDF en 2000.

Un éxito militar que posibilitó la regionalización de la organización terrorista. A pesar del intento de reclutar a chiíes en los países del Golfo desde 1980 y la participación en sabotajes en la década siguiente contra objetivos occidentales, fue en el siglo XXI cuándo los tentáculos del movimiento radical llegaron hasta Irak. Nasrallah y sus adláteres optimizaron la caída del régimen de Saddam Hussein y colaboraron con Teherán en la formación de milicias proiraníes que luego se enfrentaron al Estado Islámico (EI) en 2013. También cabe recordar la participación en la guerra de Siria, un despliegue logístico y militar que si por un lado evitó la caída de Damasco en manos de los suníes, también facilitó la obtención por parte del Mossad de valiosa información que fue utilizada para convertir a buscapersonas en armas letales.

Teherán, según fuentes de los servicios estadounidenses, ha suministrado a Hezbolá una media de 200 millones de dólares anuales con picos de hasta 700 para reforzar su presencia en la región. No es baladí que altos funcionarios de la organización terrorista viajaron a Yemen para entrenar a los hutíes en el uso de misiles balísticos que se utilizan para dificultar el tráfico de mercancías en el estrecho de Ormuz, uno de los puntos neurálgicos de la geopolítica actual.

Debido a la importancia estratégica que el Partido de Dios ha adquirido a lo largo de las décadas, no puede ser considerado como un inter pares entre los demás miembros del Eje de la Resistencia. No actúa como representante de Teherán, sino más bien como un socio menor que pese a coordinarse con los intereses de la Guardia Revolucionaria Islámica también persigue una agenda propia. Como bien indica el académico Andrea Plebani, “Hezbolá representa la piedra angular de la estrategia iraní en Medio Oriente por su capacidad de unir bajo un mismo estandarte a quienes se muestran hostiles hacia el Gran Satán”.

Aquella milicia con fuertes connotaciones sectarias ha evolucionado en un ejército formado aproximadamente por 30 mil combatientes y un número similar de reservistas. La influencia que atesora en el tablero político libanés ha originado un fervoroso caldo de cultivo que garantiza el reclutamiento de nuevos activos y un entorno en el cual operar sin casi preocupaciones. Certidumbres que han sido agrietadas por las quirúrgicas operaciones castrenses de Israel. La muerte de Nasrallah y de decenas de sus colaboradores obliga a Irán a una inmediata contraofensiva. Es altamente improbable que Teherán se arriesgue a perder su socio más valioso, pero el lanzamiento de centenares de mísiles balísticos debe encuadrarse también en una estrategia disuasoria más encaminada a amedrentar a Tel Aviv que a salvar a la organización armada libanesa.

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