Con el correr de los años al escucharlos cierro oídos. No me fío de quien con un discurso envuelto en colorido papel de regalo te ofrece todo sin pedirte nada a cambio. Y si ante tales sujetos incluso me niego a abrir los ojos es sencillamente porque no los necesito, me sobran y ni siquiera quiero verlos.
Con el correr de los años más vale saber que si no hubiera habido semejante colección de errores [aunque lo parezca nunca han sido demasiados] no se le habría permitido con intensión y extensión correr libres a los años.
Con el correr de los años si por un casual en alguna ocasión sube la marea, para cumplir con la verdad no lo llamas pleamar; bien pensado es mejor haber dejado de ser permanente playa óptima para el desembarco y por comodidad, sin que llegue a mojar, desde la orilla se permite al desgastado órgano visual la veleidad del deleite con el sincronizado ir y venir de los espumosos cuerpos de ola.
Con el correr de los años molesta no haber seguido mucho menos la impuesta huella, incomoda no haber dicho más a menudo ¡Qué te den! Y de lo que más te arrepientes es de no haber incorporado mucho antes algunos radicales cambios a esas estúpidas costumbres con origen en una tradición que nunca
ofreció plausible explicación.
Con el correr de los años y con muchos capítulos ya cerrados tienes la sensación de haber llegado tarde, que en la condición humana está todo descubierto y te das cuenta de que entre todos los epitafios solo hay uno que
realmente es cierto, el del hipocondriaco: “Os lo dije”. Y enseñando el retorcido colmillo con una sonrisa te dices ¡Vaya suerte! Hasta este está ya cogido.
Pero con el correr de los años, aunque alguno se engañe no se gana resignación, muy al contrario, la rebeldía por ya ser sabia es mayor; pero para compensar no se puede evitar ganar conciencia, reflexión y por encima de todo
paciencia, y aquí radica la suerte de los demás.
Y es que con el correr de los años, aunque sean tantas las cosas que ya no importan tanto, movido por la pequeña cantidad de juvenil ilusa esperanza que a todo el que respira siempre le queda, se hace inevitable todavía de vez en cuando con alegría madrugar y mirar el calendario.