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Europa raptada por la Doctrina Wolfowitz ¿podrá liberarse recuperando el ideal de la Paz de Westfalia?

· Por Pablo Sanz Bayón, Profesor de Derecho Mercantil en ICADE

By Pablo Sanz Bayón
martes 05 de noviembre de 2024, 08:32h
Europa raptada por la Doctrina Wolfowitz ¿podrá liberarse recuperando el ideal de la Paz de Westfalia?
Para entender las verdaderas razones de la guerra ruso-ucraniana, y por tanto de la crisis económica europea en la que ha derivado, hay que remontarse a las razones por las que desde Europa occidental se perdió la gran oportunidad histórica que existía tras la desintegración de la Unión Soviética. A partir de 1991 Occidente dejó pasar una ocasión única para integrar a Rusia en su órbita y establecer un verdadero orden de paz, que garantizara la seguridad integral del continente (incluyendo a Rusia), tanto a nivel defensivo como económico.

La clave de la Doctrina Wolfowitz

Un buen punto de partida para el análisis es un documento clasificado (Defense Planning Guidance) que un informante filtró originalmente al New York Times en marzo de 1992 y que se conoció como Doctrina Wolfowitz, escrita en el espíritu del “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano” que se lanzaría posteriormente. El autor de esta estrategia, que no estaba destinada a ser publicada, era el entonces Subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz (neoconservador y seguidor del pensamiento de Leo Strauss). En el documento se afirmaba que la misión estadounidense sería asegurar su papel como la única superpotencia en el mundo postsoviético que tendría suficiente poder militar para disuadir a cualquier país o grupo de países a desafiar la supremacía de Estados Unidos.

El 8 de marzo de 1992, el New York Times escribió: “Los documentos del Pentágono son el rechazo más claro hasta la fecha al internacionalismo colectivo, la estrategia que surgió de la Segunda Guerra Mundial cuando las cinco potencias vencedoras buscaron formar unas Naciones Unidas que pudieran mediar en las disputas y controlar los brotes de violencia” (Tyler, Patrick E., "U.S. Strategy Plan Calls For Insuring No Rivals Develop". The New York Times, 8 de marzo de 1992).

La Doctrina Wolfowitz sigue siendo un documento clasificado, pero pueden encontrarse fragmentos en la página 14 de la edición del NYT antes mencionada, bajo el título: “Excerpts from Pentagon’s Plan: “Prevent the Re-Emergence of a New Rival”. Y en un artículo de Barton Gellman en The Washington Post de 11 de marzo del mismo año, “Keeping the US First, Pentagon Would preclude a Rival Superpower”.

La Doctrina Wolfowitz fue la verdadera razón por la que no se cumplió la promesa hecha a Gorbachov por el entonces Secretario de Estado, James Baker III, en tres ocasiones diferentes en febrero de 1990, de que la OTAN no se expandiría “ni un centímetro hacia el Este”. Fue, en efecto, el axioma básico para toda una serie de políticas posteriores, empezando por la llamada “terapia de choque” de las reformas liberales apoyadas por el FMI en Rusia en los años 90, que, a la luz de la riqueza de materias primas y conocimientos tecnocientíficos de Rusia, estaban dirigidas explícitamente a eliminar un potencial competidor futuro en el mercado mundial.

La doctrina esbozaba una política de unilateralismo y militarismo preventivo para suprimir las amenazas potenciales, aprovechando al máximo la debilidad de Rusia y capturando bajo su órbita a la economía de Europa occidental. Fue iniciada por Bush padre, continuada por Clinton y amplificada por Bush hijo, y constituyó la base de las diversas guerras intervencionistas en Irak, los bombardeos contra Yugoslavia, las guerras contra Afganistán, Libia y Siria, la promoción del resto de “primaveras árabes”, así como las cinco expansiones de la OTAN hacia el Este.

La denominada Defense Planning Guidance (Doctrina Wolfowitz) apuntaba particularmente hacia la Unión Europea: “Aunque Estados Unidos apoya el proyecto de integración europea, tenemos que velar por ‎evitar el surgimiento de un sistema de seguridad puramente europeo que socavaría ‎la OTAN, y particularmente su estructura de mando militar integrado”.‎

No es casualidad que el Tratado de Maastricht, aprobado en 1992, incluyera un artículo que ‎subordina la política de defensa de los miembros de la Unión Europea a la de la OTAN (Título V, artículo 4):‎ “La política de la Unión en el sentido del presente artículo no afecta el carácter ‎específico de la política de seguridad y de defensa de ciertos Estados miembros, respeta ‎las obligaciones vinculadas para ciertos Estados miembros al Tratado del Atlántico Norte y ‎es compatible con la política común de seguridad y de defensa establecida en ese marco”.

Resistencia a un mundo multipolar

El conflicto entre la pretensión de mantener un mundo esencialmente unipolar (occidental, atlantista, otánico) y el surgimiento de un mundo multipolar está en el centro del peligro actual y es el resultado natural del ascenso económico de China, el atractivo de su Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI o “Nueva Ruta de la Seda”) para más de 100 países, la asociación estratégica entre Rusia y China y, más recientemente, la negativa de muchos países, como India, Brasil, Sudáfrica, Indonesia, Pakistán, Malasia, Turquía y otros a ser arrastrados a la confrontación geopolítica entre Occidente y las potencias no-occidentales.

El discurso de Putin en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007 fue una protesta contra la implementación del mundo unipolar, que quedó esencialmente sin respuesta, al igual que las diversas definiciones de “líneas rojas” relativas a los intereses de seguridad centrales de Rusia, expresadas por Putin en su mensaje de 17 de diciembre de 2021.

¿Alguien en Occidente pensó que Moscú habría llegado a otra conclusión, cuando vio el embate de sanciones cada vez más duras, la puesta en práctica de diversos escenarios del think tank RAND Corporation (vinculado al Pentágono) y el coro de políticos occidentales que hablaban de “aplastar” a la economía rusa?

¿No hubiera sido mejor -estratégicamente hablando- que desde Occidente se hubiera facilitado la conformación de un ente euroasiático pacífico y comercial, promoviendo la complementariedad entre las capacidades industriales del eje franco-alemán y los recursos energéticos rusos? ¿A quién no interesaba en realidad que se dieran esas sinergias?

Las ambiciones anglo-norteamericanas priorizaron el cortoplacismo sobre el largo plazo. Esta posición generó una desconfianza recíproca y además provocó que Rusia y China unieran fuerzas junto a otros socios y pudieran retar el orden “occidental” o “atlantista”, como efectivamente ha terminado sucediendo a propósito de los BRICS y ha quedado escenificado en la reciente cumbre de Kazán en octubre de 2024, con la participación del Secretario General de Naciones Unidas.

La guerra, siempre un gran negocio

Es obvio con la retrospectiva que dan más de dos años y medio desde la intervención militar de Rusia en Ucrania, que a Washington y Londres les interesó en todo momento exacerbar el conflicto fratricida eslavo porque detrás había grandes oportunidades de negocio: una guerra por delegación (proxy war) usando para ello a una Ucrania liderada por un comediante servicial aupado por oligarcas y que se había tragado todas las promesas anglosajonas. Un peón jaleado y armado para lanzarse a morir por los intereses del dólar y de Wall Street, sin que al mismo tiempo París ni Berlín pudieran hacer nada para evitar autoinfligirse las sanciones boomerang que hicieron a la economía europea todavía más dependiente de la estadounidense.

Lo que comenzó siendo un conflicto armado geolocalizado en el Donbas, que ya venía sucediéndose desde 2014, como una especie de guerra civil y étnica, intra eslava, no debería haberse convertido en la mecha de un conflicto de mayores dimensiones ni tampoco generar un altísimo impacto para la seguridad industrial y energética europea de no haber sido porque muy pronto y a través de la OTAN se hizo creer a los europeos que los intereses de unos (anglosajones, polacos y bálticos) eran los intereses del resto.

Por eso Londres y Washington no tenían mucho interés en que fructificasen las negociaciones entre las delegaciones rusa y ucraniana en Turquía, y, de hecho, como se pudo saber posteriormente, hicieron todo lo posible para que fracasaran cuando ya había un principio de acuerdo en abril de 2022.

La diplomacia europea no había cumplido su función de garante de los Acuerdos de Minsk (2014-2015) y posteriormente demostró nula capacidad para mediar entre ucranianos y rusos. Su inoperancia ha provocado una mayor subordinación de la Unión Europea a Estados Unidos. Al mismo tiempo, las economías europeas han quedado aisladas en el concierto internacional, sufriendo las sanciones económicas que sus gobiernos se han impuesto haciendo seguidismo de Washington.

Este vasallaje europeo es una rémora de un orden unipolar atlantista que ya no se conjuga con el planteamiento y desarrollo de un mundo multipolar al que nos dirigimos por dinámicas demográficas y de provisión de recursos naturales estratégicos que determinan el comercio y las finanzas internacionales. Todo ello puede notarse en las nuevas relaciones que se están configurando en el ámbito del llamado Sur Global, en los BRICS, con China y sus socios de la BRI, en la OCS, en el seno de la Unión Africana, la Liga Árabe, el Consejo de Cooperación del Golfo, Mercosur, incluso en la OMC, etc.

Pero ni siquiera la concepción de un mundo multipolar resuelve el problema. La desconfiguración progresiva de la Pax Americana sigue implicando el peligro de una confrontación geopolítica que puede traducirse en más guerras y en la escalada de las que ya hay en curso.

Los imperios no suelen derrumbarse ordenadamente. Caotizan todo su entorno a medida que se desploman. Por eso, antes de que escalen e intensifiquen las guerras actuales o surjan algunas nuevas, es necesario que la Unión Europea opere un cambio drástico de dirección y en la manera en que organiza y gestiona sus propios asuntos.

El juego de intereses detrás de la guerra

Los líderes europeos no pueden pretender seguir cómodamente instalados en el eurovasallaje ante Washington, en la presunción de que los intereses del hegemón son los mismos que los de la colonia o protectorado en que de facto se ha convertido (sobre todo en materia de mercados digitales, donde la subordinación a los conglomerados corporativos y tecnológico de Silicon Valley y Palo Alto es absoluta).

Tampoco es creíble la narrativa de que la OTAN es un paraguas protector donde todos los intereses se tratan equitativamente, porque la realidad material ha demostrado que no es así. No es ningún misterio que la guerra es un inmenso negocio, más todavía si se libra sin poner soldados propios, acontece muy lejos de las fronteras de alguno de los inductores, se puede armar y financiar a un bando con relativa tranquilidad y sin quedar afectados recursos estratégicos propios, como ha sucedido en esta guerra con el rol de Estados Unidos y del Reino Unido.

En este sentido, cabe apuntar que la reconstrucción ucraniana será fundamentalmente financiada por bancos y fondos de Wall Street y de la City. A este respecto resulta oportuno descubrir quienes se reparten el pastel de los grandes contratos para la reconstrucción de Ucrania, en el seno de la Ukraine Recovery Conference (cuya cumbre de junio de 2023 celebrada en Londres fue muy relevante para la conformación de las operaciones financieras) y de la Ukraine Democracy Defense Lend-Lease Act of 2022 aprobada por Estados Unidos, que como su propia terminología expresa, no es una “ayuda” en concepto de donación al gobierno ucraniano, sino un sistema de préstamo y arriendo. En virtud de ‎esa ley, Estados Unidos cede en préstamo-arriendo a los países europeos armamento muy costoso destinado a la defensa de Ucrania. Esto se traduce en que cuando termine ‎la guerra, los europeos tendrán que pagar ese armamento.

Buena prueba del gran negocio que está siendo la guerra para algunos lo podemos leer en el periódico de línea oficialista Kyev Independent (controlado por una consultora con sede en Londres), que copia directamente los comunicados de Reuters (agencia británica): “BlackRock, JPMorgan Chase helping Kyiv raise funds for reconstruction bank” (17 de enero de 2024), tras la celebración de la última edición del Foro Económico Mundial (Davos). Kiev contrató a BlackRock y JPMorgan para ayudar a crear un fondo que pudiera atraer inversión privada para la reconstrucción de Ucrania después de la guerra, cuyo importe se estima en cientos de miles de millones de dólares. El propio Zelensky se reunió también en Davos con directivos de Bridgewater Associates, Carlyle Group, Blackstone, Dell y ArcelorMittal en Davos.

Mantener a flote a Wall Street y al dólar a costa del Euro y de la desindustrialización europea, está implicando el hundimiento progresivo de los “eurovasallos”, comenzando por Alemania y su tejido industrial, otrora líder mundial. Esto se está dejando ver ya en los anuncios de ajuste a la baja de las previsiones económicas alemanas para 2025 y en la paralización de proyectos y caída de la cotización de empresas como Volkswagen, Thyssen Krupp, Lufthansa, Mercedes-Benz, BMW, Bayer, BASF, entre otros. Sobre este punto el artículo de The Economist, “Germany’s economy goes from bad to worse” (15 de octubre de 2024). Los gigantes industriales teutones, sin los proveedores de energía rusa, son incapaces de ser competitivos. El declive germánico posiblemente arrastre al resto de Europa occidental, que terminará aún más subordinada a Washington de lo que ya está hoy en día.

No olvidemos que a todo lo anterior hay que sumar que la Inflation Reduction Act, aprobada en agosto de 2022 por el Congreso estadounidense (380.000 millones de dólares presupuestados para los próximos diez años) está impactando ya en la competitividad europea. Esta norma introduce un conjunto de exenciones fiscales y subsidios que reducen efectivamente los costes de producción estadounidenses y crea barreras para las empresas europeas a la hora de exportar hierro, acero, componentes de energía renovable y vehículos eléctricos a Estados Unidos. La propia Unión Europea teme que sus exportaciones a Estados Unidos se vean obstaculizadas y que las empresas europeas se vean tentadas a trasladarse a Estados Unidos (Parlamento Europeo, EU’s response to the US Inflation Reduction Act (IRA), 2 de junio de 2023).

Una reflexión que debe hacer Europa

Desde Bruselas debe producirse una comprensión honesta y explícita de que, si se continúa con las políticas actuales, se corre el riesgo de un empobrecimiento masivo de las clases trabajadoras y medias europeas. Esto avivará un conflicto social endógeno de inciertas consecuencias y derivaciones.

Precisamente, la guerra ruso-ucraniana hay que leerla en estas coordenadas. Separar a Alemania y Rusia, encendiendo la mecha ucraniana, era el principal objetivo del conflicto -desde el Euromaidán en 2014-, para que precisamente de ese divorcio pudiesen surgir suculentas ventajas y oportunidades que permitieran reactivar la economía anglo-norteamericana a costa de la europea. Este fue el proyecto de Hillary Clinton y Victoria Nuland durante la Administración Obama (hasta 2016), recuperado inmediatamente por Biden después de tomar posesión como presidente en enero de 2021.

Como la memoria europea es muy selectiva, conviene recordar el contenido de las conversaciones telefónicas de la mencionada Nuland, Subsecretaria de Estado con Obama y artífice de las maniobras tras las bambalinas en los sucesos del Euromaidán (2014) con el embajador de Estados Unidos en Ucrania, Geoffrey R. Pyatt. Al mencionar el control que ejercía secretamente sobre los acontecimientos, Nuland hablaba de “darle por el culo a la Unión Europea” (Andrey Fomin, “Conversación entre la secretaria de Estado adjunta y el embajador de Estados Unidos en Ucrania”, Oriental Review, 8 de febrero de 2014).

La guerra ruso-ucraniana ha sido y es ante todo una guerra energética, una guerra de gaseoductos, y, por tanto, un excelente negocio para las industrias gasísticas, petroleras, militares y financieras anglosajonas, que han sabido aprovecharse magistralmente de la falta de visión geoestratégica general de la Unión Europea -capturada por lobbies de empresas no europeas-, y en particular, de una Alemania que desde 1945 es de facto un ente ocupado y sin soberanía efectiva. Esto se materializó gráficamente en el “misterioso” sabotaje del gaseoducto Nord Stream (septiembre de 2022). ¿Cui prodest?

Como supo ver el profesor de Yale, Samuel Moyn, tras el paréntesis de la Administración Trump (2017-2020) Biden terminó la intervención en Afganistán (verano de 2021) en aras de un reposicionamiento y redistribución de los recursos del complejo militar-industrial (“Biden pulled ‎troops out of Afghanistan. He didn’t end the forever war”, The Washington Post, 17 de agosto de 2021). Esta jugada expedita y anticipatoria permitió sin duda al Pentágono concentrar su potencial en los meses siguientes y reforzar así sus bases en Europa a la espera de que el oso ruso cayese en la provocación y cometiese el error de enfangarse en Ucrania.

Con razón puede afirmarse que el objetivo central de la Doctrina Wolfowitz sigue vigente, y no era únicamente presionar y desarticular a Rusia, esperando desintegrarla en una ulterior fase, sino capturar enteramente la economía de Europa occidental, como expuso el geógrafo y politólogo italiano, Manlio Minucci: “prohibir a Europa ‎aprovisionarse con gas ruso no es una muestra de rusofobia sino la simple aplicación ‎de la «doctrina Wolfowitz», iniciada en 1992: no permitir que la Unión Europea ‎pueda convertirse en un competidor para el Imperio estadounidense. En ambos casos, ‎Estados Unidos impone sus propias decisiones a la Unión Europea y la mantiene en ‎una situación de dependencia” (“La estrategia de Estados Unidos y ‎el precio que pagamos los europeos por ‎la guerra de los gasoductos”, Red Voltaire, 24 de diciembre de 2019).‎

Alemania es un coloso con pies de barro cuya reconstrucción con préstamos estadounidenses (Plan Marshall), su posterior auge industrial, así como el coste asumido para su propia reunificación, se explican por haber sido un instrumento al servicio de la OTAN y de las multinacionales estadounidenses. Su sacrificio ahora lo es por un bien mayor para Washington y tiene toda la lógica que así sea, en el marco del orden unipolar centrado en Estados Unidos.

Conclusión

Por todo lo anterior, la Unión Europea no debe asumir ingenuamente un atlantismo ciego, ni incurrir en el idealismo internacional que tanto conviene a unas oligarquías globalistas y wokistas.

Por el contrario, la Unión Europea debe contribuir a crear una nueva arquitectura internacional de seguridad y desarrollo que tenga en cuenta los intereses de seguridad de todos y cada uno de los países, no sólo los de Washington, como ha sido la tónica desde 1945. Europea debe tener voz propia para promover un alto el fuego inmediato en Ucrania y en Oriente Medio, y contribuir a la creación de un nuevo sistema monetario y de crédito, alternativo al dólar de la Reserva Federal, que no sirva exclusivamente a los intereses de Wall Street, del Tesoro estadounidense, y del complejo militar-industrial del Pentágono.

La Unión Europea debe potenciar el Euro antes de que sea demasiado tarde y acabe fagocitado por el Dólar (como ya se atisba en recientes datos publicados por SWIFT), por todos los medios que sea posible, a través de redes y sistemas de pago propios y alternativos a los proveedores norteamericanos que dominan el mercado (Visa, Mastercard, American Express, Paypal). Debe crear gigantes tecnológicos y bancarios que sean capaces de competir con las GAFAM y los Big Banks de Estados Unidos.

Y, además, es preciso que la Unión Europea cambie de rumbo y abogue por una nueva conferencia internacional en la tradición de la Paz de Westfalia. En 1648 las partes beligerantes se dieron cuenta de que la única opción que les quedaba era la de negociar la paz, después de siglo y medio de guerras civiles y religiosas en Europa, de las cuales la Guerra de los Treinta Años fue sólo la culminación.

La acción exterior europea debe estar presidida por un sano realismo, por una realpolitik, y esto pasa por dejar de asumir como propios intereses ajenos (los de Washington y Londres) y apostar por una conferencia de emergencia en el espíritu de la Paz de Westfalia, donde “por el bien de la paz, todos los crímenes cometidos por un lado o el otro deben ser perdonados y olvidados” y “por el bien de la paz, toda política debe tener en cuenta el interés del otro”.

Una Europa raptada por la Doctrina Wolfowitz, ¿podrá liberarse recuperando el ideal de la Paz de Westfalia?

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