Hay “personas suerte” en la vida que en su momento no siempre se perciben como tales, pero con el pasar del tiempo al recordar alguna de ellas verificas que te permitieron puntualmente burlar al destino, y constatas que realmente fueron buenas.
En nuestra sociedad después de la familia el segundo lugar donde socializamos se llama colegio, a donde te llevan para que te enseñen unos señores que ejercen el oficio de maestro y se ganan la vida con ello, y ahí en el patio durante el recreo por primera vez tienes ocasión de diferenciar entre el metódico profesor que enseña cumpliendo bien su función profesional y el “enseñante espontáneo”. Esa persona para tu suerte de la que en algún momento aprendes trucos, artes, tretas o mañas que él aprendió o ingenió antes que tú y son muy útiles para facilitarnos el desenvolvimiento diario. Todos tuvimos algún compañero en la escuela que nos enseñó generosamente algún ardid de los que se reciben con una positiva exclamación de admiración y nos fueron muy útiles para salir airosos del paso colegial ahorrándonos esfuerzos.
Luego con los años también nos encontramos con muchos de estos “enseñantes espontáneos” y de nuevo de ellos aprendemos. Recuerdo cuando estaba en aquella larga cola en el banco para sacar dinero por ventanilla, y media hora de espera después al tocarle el turno al que me precedía oigo a la mal encarada empleada decir ¿Qué quiere? Y al señor contestar, sacar dinero, cien euros por favor. Y con mejorables modos escuchar a la empleada indicarle: por ventanilla no se puede hacer reintegros, para eso están los cajeros, se indica en el cartel. Con tranquilidad el señor preguntó ¿Cuánto tengo en la cuenta? Tiene cinco mil euros caballero, le contestó. Entonces quiero por favor todo lo que hay señora, y supongo que tal importe no lo dispensa el cajero. No señor, no lo hace. Bien, entonces démelo todo. Hecho, firme y tome, aquí lo tiene. Una pregunta señora ingresar por ventanilla si se puede ¿Verdad? Claro, por supuesto. Muy bien señora entonces ahora quiero ingresar cuatro mil novecientos euros.
A eso me refería con lo de “enseñante espontáneo”, de ellos aprendes y en este caso gracias a él no tuve tras cuarenta y cinco minutos de espera que en balde abandonar la cola ya hecha para salir al cajero; tras ver su impecable actuación me dije ¡Qué bueno! Y contagiado, procedí a imitarle.
Sirva de homenaje a los millones de “personas suerte” que enseñan de forma espontánea.