El último escándalo por la compra de obras de arte -entre otras fechorías- con fondos de la lucha contra el cáncer se traduce en que, en la España de Sánchez y el PSOE, ya hasta esa raya de la metáfora se ha rebasado de forma presuntamente delictiva. Con todas las presunciones de inocencia que se quieran pero, una vez más, con la megacorrupción socialista, que todo parece tocarlo y pudrirlo, como telón de fondo.
Que se hayan desembolsado cantidades multimillonarias destinadas a la investigación oncológica no sólo para comprar las referidas obras de arte sino para pagar a supuestos amiguetes, para regar a quienes ejercen supuestas labores de comunicación y filantropía y diseño de la imagen corporativa es una humillación y una villanía no sólo para las familias de los enfermos o muertos por el cáncer sino, aún más, para aquellos que esperan algún tipo de remedio contra la letal enfermedad.
Sólo este año, 42.721 personas fueron diagnosticadas con cáncer de colon y recto, más de 35.000 mujeres con cáncer de mama, 31.282 con cáncer de pulmón, 29.000 con cáncer de próstata y 21.694 con cáncer de vejiga urinaria. No. No se trata de un disparate administrativo, no de un desvío, no de simple prodigalidad. Es casi un crimen. Es el último cántico de los corruptos.
Que esta casta de malnacidos explique cuanto antes, y ante el juzgado correspondiente qué tenían que ver los citados multimillonarios dispendios con la ciencia y con la ayuda a los desesperados es una urgencia; como lo es que detalle en qué se materializaban los desplazamientos a ferias de arte contemporáneo o los viajes a Mozambique, o a Oslo, o a Chicago… por citar algunas de las estancias y los vuelos por aclarar.
Cuántos destrozos hizo a España aquella alelada ministra que sostenía que “el dinero público no es de nadie”. Qué altanera y qué lerda. Qué huella…