Lo quiera admitir o no, siga o no empeñado en mentir como un bellaco a la opinión pública, en victimizarse patéticamente, la destrucción de pruebas cuando se investiga un delito puede añadir un delito más a los hasta ese momento investigados o, en el peor de los casos, puede convertirse en el mayor reconocimiento de la comisión de los primeros delitos por el investigado. No es un juego de palabras. Es la losa de la Ley y el Código Penal aplastando a quienes buscan, por las buenas o por las malas, escurrirse.
Pero esto es irrelevante para Sánchez, convertido definitivamente en Fango-Man (‘el hombre-fango’). Fue su cohorte de asesores de quinta regional la que sugirió al presidente recurrir a este lodo glutinoso que se forma generalmente con los sedimentos térreos en los sitios donde hay agua detenida para referirse a la oposición (periodistas, ciudadanos), cuando ésta esgrimía datos eficaces frente a su artera propaganda.
Pero precisamente lo que ha venido haciendo esa oposición contra Fango-Man es intentar remover esa agua detenida -incluso aclararla- para que la Administración de Justicia haga su trabajo persiguiendo, procesando -y veremos si juzgando y condenando- a quienes presuntamente se han corrompido llenándose sus bolsillos y puede que hasta los de testaferros por emerger y chicas de compañía ya emergidas.
La práctica de hacer desaparecer pruebas entre los políticos corruptos ha sido una tónica en España casi desde que la democracia es democracia. Hasta ahora había superiores que habían dedicado palabras y tiempo a ponerse de perfil o hasta justificar determinados mecanismos de defensa de esos corruptos que se encontraban en una posición subordinada, bajo legítimo acoso.
Ahora, en el caso de Fango-Man (no olvidemos que él se considera el jefe y el que manda sobre la Fiscalía) se de un paso más allá en esta espiral antidemocrática generada por los engranajes oxidados y tumefactos del sanchismo: se intenta que los españoles, como vasallos, como borregos, sigan recibiendo palos, sigan tragando con la corrupción (consumada o presunta) y pidan perdón por su ímpetu al reclamar Justicia y Verdad. La doctrina es la propia de un tirano. O, como mínimo, de un degenerado que trabaja para perpetuarse sin fecha de caducidad a la vista mientras se obsesiona con hundir a la referida, dividida y zigzagueante oposición en el lodazal de sus fantasmadas y sus alucinaciones. Veremos dónde terminan tan burdas tretas.