Pero hay un movimiento cierto, una revuelta, y el caso del lacayo Trudeau marca en este sentido un antes y un después. Probablemente observamos por vez primera cómo es derribado un fanático de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, precisamente por el hecho de serlo; cómo es derribado alguien que trabaja más en beneficio de etéreos intereses internacionales que de concretos intereses nacionales; cómo es derribado un sujeto que ha hecho de la implementación acérrima de las políticasmedioambientales como el impuesto al carbono y la prohibición de plásticos de un solo uso el puro delirio… y la pura ruina.
Detrás del caso del lacayo Trudeau hay una gran noticia, de aliento y esperanza para el verdadero progreso, el material (económico) y el inmaterial (empezando por el de la libertad). Actuar con servilismo vergonzante hacia la ‘agenda globalista’, con sumisión extrema, ya no puntúa por defecto. Devastar a las clases medias no sale gratis. Drogarse e intentar traficar con la ‘propaganda globalista’ no siempre cuela.
No es que -valga la metáfora- los capos de la mafia anden peor de reflejos, o los camellos hayan perdido su olfato, o la mercancía esté más adulterada que nunca y sea de la peor calidad, porque ésta nunca ha sido buena. Es que simplemente, más y más ciudadanos están diciendo ‘basta’ a esos lacayos que obedecen incondicionalmente -sin cuestionar, avanzando a base de rebuznos- los torcidos y crecientemente achatarrados postulados del globalismo.
La caída de una tan significativa ficha de dominó, la del lacayo Trudeau, es un signo palpable de que hay una parte emergente de la sociedad que demanda una independencia de pensamiento y de acción, que demanda su soberanía; que demanda, en fin, algo tan legítimo como pelear por su bienestar, y defenderlo con uñas y dientes, y con cabeza; por encima de quienes pretenden destruir las patrias, las familias… y toda la razonable y racional arquitectura de creencias que ha hecho avanzar a la Humanidad. Who’s Next?