Mientras existía la “Guerra Fría”, los países occidentales europeos eran un escudo contra el poderío soviético, al estilo de lo que hacían los romanos con los pueblos bárbaros semi civilizados que eran utilizados para luchar contra los que estaban más asilvestrados; de esa manera se preservaba el estado del bienestar del Imperio. La verdad es que nunca había pensado, hasta ahora, que los europeos éramos utilizados por los americanos, sino al revés, pero la actitud de Donald Trump y sus seguidores me ha hecho reflexionar sobre ello.
Estados Unidos nunca le hubiera podido plantar cara a la Unión Soviética sin el apoyo geográfico, cultural y armamentístico de los países europeos, especialmente Gran Bretaña y Francia. Los españoles seguíamos con lo que Berlanga retrató en la película “Bienvenido, Mr. Marshall”. Pero la “Guerra Fría” se acabó y pensábamos que los rusos ya no eran un problema; pues nos equivocábamos. En el fondo, pasa como con los pueblos musulmanes, que están acostumbrados a tener califa y, por eso, la denominada “Primavera Árabe” de hace doce años no funcionó, salvo en Túnez. Los rusos están acostumbrados a tener zar, ya se llame Nicolás, Stalin o Putin, y su mentalidad sigue conservando raíces de los antiguos mujik; siempre seguirán a su zar.
En paralelo, Europa creó una Unión Europea light, a la que podríamos denominar eufemísticamente “Estados Desunidos de Europa”, lo cual, y a pesar de su poca fuerza, no ha gustado nada a personalidades de extrema derecha como Donald Trump y sus seguidores. ¿Qué hubiera pasado si los dacios hubieran decidido organizarse como un estado independiente del Imperio Romano? Pues en aquella época, Trajano les habría invadido y reducido a cenizas. Ahora eso es más difícil y mucho más costoso, amén de que la Constitución estadounidense tiene mecanismos (por ahora) para impedir que los marines arrasen Europa occidental (que podrían).
En esta situación, se nos pone encima la espada de Damocles de los aranceles y la hostilidad de un individuo que afirma que la Unión Europea se creó para fastidiar a Estados Unidos. Evidentemente, ese proteccionismo afectará notablemente a las exportaciones de algunos países como Alemania, con un gran superávit comercial debido en parte a las exportaciones de automóviles de alta gama; pero, no sólo nos afectará a los europeos, ya que estos coches, que en parte se seguirán vendiendo, simplemente les costarán más caros a los norteamericanos, y el quiera darse un capricho de automóvil europeo de alta cilindrada se lo va a seguir dando. El resultado, obviamente, será más inflación en Estados Unidos.
Puede que los lectores piensen que eso no es suficiente para parar al “matón de barrio”, pero si esa medida se complementa con un sello europeo de “Europa First” en todos los productos fabricados en el espacio económico europeo, apelando al nacionalismo, como hizo en los años ochenta Lee Iacocca para impulsar las ventas de automóviles Chrysler en Estados Unidos, a lo mejor el resultado es muy diferente del que Trump espera. En España ocurrió hace ya bastantes años con el cava catalán por efecto del independentismo, y ello permitió el despegue de los cavas de Almendralejo y Requena.
La voluntad del consumidor es algo mucho más importante que el ejercicio de la petulancia. Si Europa se une y sella sus productos con la etiqueta indicada mientras que lanza una gran campaña de marketing promoviendo el paneuropeísmo, es muy posible que la jugada le salga mal a Trump y a su escudero. Si las exportaciones norteamericanas a Europa descendieran entre un 20% y un 30% a la vez que los precios de los productos europeos se incrementaran en un porcentaje similar, Trump estaría insertando en la economía norteamericana inflación y paro (reducción de ventas) al mismo tiempo; y si además hace lo que le han dicho algunos “economistas” de que la curva de Laffer funciona y que si baja los tipos impositivos recaudará más, lo que provocará será un agigantamiento del enorme déficit comercial norteamericano, que ya va camino de 1,3 billones de dólares anuales.
Por tanto, los europeos tenemos que dejar de vernos como los “hermanos pobres” de la comunidad occidental. Tenemos más población (619 vs. 336 millones) un PIB, unido al de los otros damnificados, Canadá y México también mayor (26,3 vs. 25,6 billones) y, salvo las costas Este y Oeste, más cultura y formación que los estadounidenses y, como decía el poeta oriolano Miguel Hernández, respecto de Jaén, “no vas a ser esclava con todos tus olivares”.
Si China acompaña un poco, teniendo en cuenta que es el gran financiador de la economía norteamericana con una cartera enorme de bonos en dólares, que podría no ir renovando a su amortización, el colapso de la administración Trump sería similar al de la británica Theresa May cuando intentó aplicar políticas ultraliberales en la economía de Gran Bretaña. Así que, vamos por fin a sentarnos en Bruselas y a definir qué queremos ser en un futuro, si los dacios o los godos del antiguo Imperio Romano y, de una vez por todas, avanzar en la soberanía política y la armonización fiscal de la Unión Europea, así como en una acción conjunta contra el intervencionismo de corte imperialista que trata de imponerse como dogma político tanto en Estados Unidos como en Rusia.