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China ante su destino: de potencia emergente a garante de un nuevo equilibrio global

China ante su destino: de potencia emergente a garante de un nuevo equilibrio global

· Por Edward Martin (Corresponsal en Barcelona)

By Edward Martín (Corresponsal en Barcelona)
viernes 11 de abril de 2025, 09:26h
Durante décadas, Occidente miró a China con una mezcla de sospecha, paternalismo y oportunismo. Se la temía como gigante dormido, pero se la cortejaba como fábrica del mundo. El oxímoron en que se ha sostenido su desarrollo —un régimen comunista abrazando sin pudor mecanismos ultraliberales— fue aceptado por los países desarrollados con tal de beneficiarse de sus bajos costes laborales, su flexibilidad normativa y su capacidad productiva descomunal. Sin embargo, el tiempo de los malabarismos ideológicos tiene los días contados. Hoy, China es mucho más que la gran potencia emergente: es un actor global decisivo. Su consolidación como potencia tecnológica, su influencia en los mercados financieros y su papel en las cadenas de suministro estratégicas la convierten en un eje insoslayable del nuevo orden internacional. Frente a la tentación de enrocarse en una lógica de bloques, Europa y China tienen la oportunidad histórica de construir una alianza geoestratégica de equilibrios que contribuya a despresurizar un mundo cada vez más polarizado. Esta alianza puede forzar a Estados Unidos a regresar al multilateralismo auténtico, alejándose de tentaciones aislacionistas o de hegemonía unipolar, para sentarse a negociar con China las reglas de una cooperación global más sensata, más justa y menos belicista.
China ante su destino: de potencia emergente a garante de un nuevo equilibrio global
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Un componente fundamental de la estrategia geopolítica de China en este proceso es la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Nueva Ruta de la Seda). Desde su lanzamiento en 2013, esta ambiciosa iniciativa de infraestructura y cooperación económica busca reconstruir las antiguas rutas comerciales que conectaban China con el resto de Asia, Europa, África y más allá. El proyecto abarca más de 140 países y regiones, y está diseñado para mejorar las infraestructuras de transporte, energía y telecomunicaciones, facilitando el comercio global y el intercambio cultural.

La Nueva Ruta de la Seda no es sólo una expansión del comercio; es un intento por reorganizar las cadenas de valor globales. A través de la construcción de puertos, ferrocarriles, autopistas y redes eléctricas, China está asegurando un control crucial sobre las rutas comerciales del siglo XXI. Las inversiones chinas en países en desarrollo, en particular en África y Asia, están transformando economías enteras, creando un vínculo económico intercontinental que permite a China proyectar su influencia de una manera que Occidente no ha logrado en muchos años.

Inversiones en África: el resurgir del continente bajo la tutela china

En África, la Nueva Ruta de la Seda se está convirtiendo en un motor de desarrollo económico. China ha invertido más de 100.000 millones de dólares en infraestructuras africanas, que incluyen la construcción de carreteras, puentes, puertos y ferrocarriles, además de ofrecer préstamos para el desarrollo de sectores energéticos, agrícolas y tecnológicos. Estos proyectos han permitido a China asegurar acuerdos de comercio y acceso a recursos naturales clave, al tiempo que contribuyen al crecimiento de muchas economías africanas que históricamente habían estado al margen de los flujos económicos globales.

Aunque la iniciativa ha sido criticada por su modelo de deuda y por algunos problemas de gobernanza, la realidad es que China ha convertido a muchos países africanos en actores más competitivos en el escenario internacional. Y lo ha hecho a través de un modelo que no impone condiciones políticas ni ideológicas, como ha sucedido con las relaciones entre África y muchas potencias occidentales. Si bien la sostenibilidad de estos proyectos es incierta en algunos casos, la iniciativa china ha sido un catalizador de desarrollo en regiones desatendidas por las políticas de inversión internacionales tradicionales.

Cooperación con Europa: hacia un futuro de multilateralismo y sostenibilidad

En Europa, la Nueva Ruta de la Seda también tiene implicaciones clave. La colaboración entre China y la Unión Europea se ha intensificado en los últimos años, especialmente en los sectores de energías renovables y cambio climático. China, como líder en la producción de energía solar y eólica, ha sido fundamental para la transición energética global. A través de la cooperación con Europa en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha facilitado el acceso a estas tecnologías y ha promovido acuerdos bilaterales para construir infraestructuras verdes, una inversión que es clave para mitigar los efectos del cambio climático y alcanzar las metas de sostenibilidad de la UE.

Por otro lado, el comercio entre China y Europa ha sido uno de los pilares de este renacer económico global. Las exportaciones e importaciones entre ambos continentes no solo incluyen bienes de consumo, sino también tecnología avanzada, maquinaria y productos farmacéuticos. En el contexto de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, Europa ha jugado un papel estratégico como un intermediario clave, buscando mantener un comercio fluido con ambas potencias.

La Franja y la Ruta como eje geopolítico

La Nueva Ruta de la Seda es mucho más que una iniciativa económica; es también un componente clave del soft power chino, que busca influir en el mundo no solo a través del poder militar o económico, sino también mediante la construcción de una infraestructura que conecte a países a través de su influencia. A medida que los países adoptan esta infraestructura, China se asegura una presencia significativa en regiones estratégicas, desde Asia Central hasta Europa, pasando por el Medio Oriente y África.

A medida que China expande su influencia global, es crucial que se mantenga un compromiso con los derechos humanos, la justicia social y un equilibrio ético en sus proyectos internacionales. China no puede permitirse el lujo de perpetuar la contradicción entre su modelo económico ultraliberal y su régimen político comunista. La transición hacia una mayor apertura y respeto a los derechos básicos es una necesidad no solo para su ciudadanía, sino también para su legitimidad como líder global.

De hecho, el papel que puede desempeñar China en la lucha contra el terrorismo y la delincuencia económica, a escala internacional, es fundamental. La estabilidad regional, el control de flujos financieros opacos, la promoción del desarrollo en zonas de alta conflictividad y la neutralización de redes que se nutren del desorden y la pobreza son ámbitos en los que China puede, y debe, aportar liderazgo. Pero ese liderazgo solo será legítimo si viene acompañado de un compromiso claro con valores universales, aunque adaptados a su cultura política.

Es hora de que China asuma su papel histórico sin complejos, pero también sin trampas. El mundo necesita de su energía, su creatividad, su visión a largo plazo y su enorme capacidad organizativa. Pero también espera de ella un proceso de apertura política que garantice a sus ciudadanos algo más que prosperidad material: una vida digna, libre y participativa. La gran potencia emergente debe decidir si quiere ser solo eso —una gran potencia— o algo más: una referencia ética, un socio responsable y un actor clave en la paz del siglo XXI.

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