Dice acertadamente el fatalista refrán popular que, si toca ni aunque te quites y si no toca ni aunque te pongas; de ahí que no entendamos bien del todo el reparto de las diversas suertes que nos tiene reservado ese al que, por no comprenderlo junto con nuestra manía de etiquetar, calificamos sin más de caprichoso destino.
Las teorías no por no acertar siempre dejan de ser útiles, pero solo sirven hasta donde sirven, y nunca deben darse por buenas hasta que se contrastan mediante su práctica aplicación a un mínimo número de casos reales, para lo que hace falta un tiempo del que no siempre se dispone.
Más de una vez se prueba una teoría en los casos para los que fue creada y funciona bien, dándose en tales ocasiones por buena; pero si por un casual también lo hace igual de bien en un hecho plenamente antagónico a aquel para el que en principio fue manufacturada, entonces ni lo dudes: la teoría no era para tanto, seguramente se validó demasiado pronto y lo mejor es desecharla.
Se llama falso positivo si el resultado obtenido al aplicar la teoría es afirmativo cuando debería haber sido negativo, y se dice que tenemos un falso negativo si el resultado es negativo cuando debería haber sido afirmativo. Más de una vez por necesidad con rabia contenida se dice un “falso sí”, por ejemplo, a un jefe cuando gustoso lo hubieses mandado a paseo con viento fresco o incluso según el humor a un lugar con peor olor, y así también en alguna ocasión por impostado orgullo con honda tristeza se dice un “falso no” a la deseada tentación cuando por dentro te mueres por aprovechar la ocasión que con certeza sabes que no volverá, y encima no sin sentirte un poco estúpido por sacrificar el bendito libre albedrío y priorizar el maldito qué dirán.
Por ejemplo, a más de una persona, tras oírla, le he escuchado decir que le parece una buena teoría la de vivir una segunda vida, pero con la experiencia adquirida en la primera. Y digo yo, de ocurrir así en la posterior ¿Se tendría derecho al error? Entiendo que no, es en teoría el innato límite que tiene toda segunda oportunidad, que ya no cabe volver a meter la pata. Que se viva solo una vez y la muerte te venga un día a recoger, para gusto o disgusto según el carácter del que parte, permite dejar como legado a los que vendrán una bonita colección de errores. Aunque nadie escarmiente en cabeza ajena.
Lo bueno de carecer de teorías y experiencia previa es que si te equivocas hay plausible explicación e incluso posible excusa admisible, obviamente siempre y cuando no digas con voz de atontado el soberbio, vulgar y patético: “perdón, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Por eso el experto que solo sirve para explicar con detalle por qué al final no ha ocurrido lo que había aventurado instantes antes con plena convicción, es un falso positivo en su campo de conocimiento y no merece nunca más una nueva oportunidad para exponer sus tesis, antítesis o síntesis.
No todos los avernos tienen el mismo grado de calor, pero para descender a cualquiera de ellos a una persona sensata en teoría no se le ocurriría meter en la maleta un invernal abrigo de visón, e igual de torpe seria apuntarse a la teoría de que para tal situación seria más útil llevar un ligero veraniego bañador de poliéster. Y como ir desnudo no es ejemplo de decoro ni siquiera para visitar el ardiente hogar de Lucifer ¿Entonces qué me pongo? Fácil, sorprende a todos con un vistoso otoñal chaquetón de paño, ya que vas a ser objeto de combustión que parezca que contigo para tal afán hasta el profesional más demoniaco, el diablo, para cumplir con su propósito necesita un poco de tu apoyo.
Como teoría de medición del cumplimiento de la definición de satisfacción defiendo la siguiente afirmación que dice que el grado de satisfacción para una persona cualquiera en un sitio determinado y un momento dado se establece por la diferencia entre la realidad que se tiene y la realidad que le gustaría tener.
Pero esta teoría tampoco está libre de posible fallo porque tiene un punto de estimación subjetiva y por ello no se obtiene el mismo resultado si se resta de la realidad primera la querida realidad segunda, que si se hace de manera inversa; es lo que se conoce como efecto ancla. Si se fija con calma por agregación todo lo que realmente se tiene, y se estima con sus pros y contras lo que de verdad se anhela la diferencia es menor que si se calcula sin limitación todo lo que por impulso se desea, y sobre tal nivel de infantil idealismo se señala e identifica lo que nos falta; hacerlo así en el inmaduro pusilánime puede fulminar el espíritu.
Para infierno en vida, sin contar con la pérdida de salud o de un hijo, estaremos todos de acuerdo que seguramente el mayor es la esclavitud, teóricamente algo indeseado e indeseable a priori sin excepción, pero hasta para esto no me vale por completo la teoría, pues en mi opinión hay dos clases de esclavos, aquellos que simplemente quieren ser libres y nada más, para mí estos no se merecen la correa y hay que luchar por liberarlos; y por otra parte están aquellos que realmente lo que de verdad y únicamente quieren es ser amos, estos últimos para mí al creer en la justicia poética se han hecho merecedores del collar y la cadena de por vida, y en el particular ejercicio de la mía opino que en teoría esa guerra no me incumbe y que en la práctica por su libertad luche otro con más bonhomía.
Cuando veas a un hombre mayor, ya huérfano, sentado en un sillón, completamente inmóvil, respirando pausado, con las manos vacías y la mirada fija en el infinito, respétalo y no lo incomodes con base en la siguiente cierta positiva teoría, aunque tus sentidos no lo perciban podría estar deleitando el paladar alimentándose con los aciertos de sus antepasados.