Se seguirá hablando de Francisco en los próximos días, porque además tuvo la valentía de renunciar al rimbombante y pomposo protocolo vaticano, ese que ya no interesa a nadie y que solo sirve para alejar a la Iglesia de la sociedad real. Su forma de vivir el Evangelio —sí, ese mensaje que quienes fuimos a colegios de curas por imposición familiar aprendimos y repetimos de memoria, casi como penitencia— fue coherente con lo esencial: justicia, humildad, compasión, pobreza y caridad. Y eso, sin duda, le honra.
Reconozco que mi distanciamiento del catolicismo tiene mucho que ver con el rumbo que tomó la Iglesia madrileña durante años, especialmente bajo el mando de Antonio María Rouco Varela, defensor de postulados tan rígidos como inasumibles. Aun así, el mensaje de Cristo —profundamente ético, radical, incluso revolucionario— siempre me ha fascinado. Y puestos a elegir una fe, elijo esta. Porque, al fin y al cabo, los seres humanos tenemos la imperiosa necesidad de creer en algo. El mundo sería mucho más inhóspito sin una referencia espiritual, sin una ética que trascienda lo inmediato.
Y ha llegado el momento de mirar hacia adelante. De pensar en la sucesión. Y yo, sin ambages, apuesto por José Cobo, arzobispo de Madrid. ¿Un Papa madrileño? ¿Por qué no?
Nombrado arzobispo en junio de 2023 y creado cardenal solo unos meses después, Cobo representa una nueva generación dentro de la Iglesia: más comprometida con el diálogo, menos aferrada al poder. Tuve la oportunidad de conocerle y escucharle mientras preparaba un libro que publicaré próximamente. Me impresionó su cercanía, su sencillez y su claridad de ideas. Habló con naturalidad sobre la necesidad de una Iglesia que salga de sí misma, que se involucre, que no tema pisar la calle ni acompañar las heridas del mundo. Insistió en el alma misionera de la Iglesia, esa que no impone, sino que acoge. Y eso, viniendo del arzobispo de una gran capital como Madrid, tiene un valor enorme.
Frente a un mundo donde figuras como Donald Trump o Javier Milei vuelven a ser referentes desde el enfrentamiento, el insulto o la polarización, necesitamos apoyar con decisión a quienes construyen desde otro lugar. A quienes promueven un mensaje de dignidad, de paz, de justicia social. A quienes, como José Cobo, creen que la fe no está reñida con el compromiso con los más vulnerables.
Soy plenamente consciente de que lo tiene muy difícil. Es joven, acaba de ser nombrado arzobispo, carece de una red sólida de apoyos en la Curia romana y, además, comparte lengua materna con el ya desaparecido Francisco, lo que podría pesar en las deliberaciones del próximo cónclave. Pero, aun así, en estos días de interinidad, quiero permitirme soñar. Quiero pensar que es posible. Que en esta Iglesia que busca su rumbo, puede alzarse una voz nueva, serena y valiente.
Quiero pensar, en definitiva, en la posibilidad de un Papa madrileño.