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Contraste

domingo 27 de abril de 2025, 09:12h
Contraste
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Frente a dedicarme a buscar objetos tangibles que habitualmente exige gastar energía en desplazamientos geográficos no necesariamente amplios, por mi innata tendencia a la pereza en mi tiempo libre en evitación de futuros engaños sin moverme prefiero la búsqueda de diferencias notables asentadas en la oquedad de mi cabeza, lo que todos conocemos para entendernos como contrastes. El primero de ellos es el que existe entre el calificado como libre y el etiquetado como no libre en lo que se refiere al tiempo, pues si te has comprometido voluntariamente con algo que implica dedicación, el espacio temporal que se exige para cumplirlo ¿Realmente es esclavo? Lo digo por aquello de “causa causae est causa causati”. Vamos que el tiempo siempre es libre, nunca del todo es tuyo y el que no eres tan libre eres tú.

En un curso de comunicación verbal para profesionales con tiempo para seguir incrementando su formación en habilidades, el joven e inexperto profesor mientras expone la materia a sus alumnos plenamente convencido de que en su explicación no hay engaño, molesto y con voz un punto más alta lanza la siguiente admonición: Fulano ¿Sería posible por fin que dejara usted de hablar? Recibiendo con firme voz la siguiente respuesta del viejo y experimentado alumno: Señor, me temo que su percepción está confundida pues no estoy hablando, lo que estoy es diciendo cosas.

¿Me está vacilando? Con todo respeto, permítame explicarme, hablar es actuar y va de fuera adentro, implica un acto intransitivo; en cambio decir es hacer y va de dentro afuera, supone un acto transitivo, lo que precisa de un objeto para que haga su papel de complemento directo. Con ello solo aclaro en mi descargo, no me burlo y mucho menos pretendo enredar ni engañar. Y aunque no tengo nada importante que decir en este momento por coherencia con mi esencia de ser comunicativo no puedo ni quiero resistirme a la tentación de alguna manera de distorsionar el silencio. Permítame abundar en mi alegato, el arte en muchas de sus formas, música, pintura, escultura, etc, nunca puede ser hablar y en cambio sí es una forma muy contundente de decir las cosas. Bien pensado es una suerte para todos haberme dejado la guitarra en casa.

Curiosamente, coincidiendo en la conformación de su estructura cerebral por pertenecer a la misma especie, de forma simultánea lo absolutamente claro para uno puede ser tremendamente oscuro para otro. Sin que exista al manifestarlo por cualquiera de ellos intención de engaño en ninguno, al final todo depende del “fondo de armario intelectual” que se posea, tan necesario para los encuentros sociales donde el protocolo esté focalizado en el intercambio de opiniones e ideas. Por eso nadie puede reivindicar el derecho al respeto de sus opiniones, si estas son absurdas, tener derecho a un respeto personal no implica que también el disparate manifestado por el personaje tenga derecho alguno a merecer un respeto. Hablar sin saber, allí donde abunda la erudición, equivale a presentarse vestido de rojo en una fiesta con imperativo aliño indumentario, escrito en la invitación, exclusivamente en blanco y negro.

A los demás, para que no se llamen a engaño, de manera diáfana siempre antes de acceder les advierto que en mi particular reino la autoridad los ajenos la tienen solo mientras no se sientan obligados a imponerla. Pretender hacerlo es quebrarla. La autoridad se desliza sutilmente hasta superponerse suavemente sobre los demás por su incontestable razón y utilidad, es como la brisa ligera en caluroso verano que cuando sopla genera una agradable sensación que contento hace pensar a quien la recibe “qué gusto, parece que finalmente refresca un poco.”

Tendemos a pensar que solo el presente y el futuro son dinámicos, cuando ingenuamente se nos escapa que el pasado también se mueve de continuo y por este motivo nunca se encuentra donde lo dejamos si cometemos la osadía de volver a buscarlo, por eso cuando se retorna a él nunca lo reconocemos del todo, late algo que se nos escapa; por ello al retrotraernos al pretérito siempre se tiene, por pequeña que sea, una sensación perturbadora y en ello, aunque resulte inquietante, no hay engaño.

La acción de vivir, por encima del esfuerzo para obtener los recursos que nos proporcionan las soluciones para poder salir adelante, fundamentalmente cuesta tiempo; a veces esa mera acción de vivir incluso necesita de mucho tiempo, y en nuestra innata torpeza no siempre se lo concedemos; y la muerte bien mirada sin engaño simplemente es la consecuencia de ya no tenerlo disponible de inmediato en un momento dado.

Mueres sencillamente porque para el destino, al que para nuestra suerte nunca se engaña, sin que exista posibilidad alguna de reposición agotaste toda tu reserva de horas, minutos y segundos, esas unidades discretas de medición que no importan nada en la función continúa regida por Cronos, un dios rígido, implacable e inapelable en el cumplimiento del paso del tiempo estructurado y secuencial que marca el ritmo de nuestra vida diaria y que en contraste, como muchos de los que practican el gobierno de los demás, fue laxo consigo mismo para cometer adulterio con la bella Afrodita, esposa del lisiado Hefesto.

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