A mediados del siglo xvi, un fenómeno curioso se podía observar en la feria de Lyon (Francia), que era la más importante de Europa. Un mercader italiano sentado en un escritorio recibía a otros mercaderes, a los que entregaba piezas de papel firmadas. Lo que estaba haciendo este hombre era comprar y vender deuda, una actividad que le reportaba grandes beneficios.
Este sistema permitía que un mercader lionés interesado en comprar lana de Florencia acudiera a este agente para pedir una letra de cambio, que era un registro escrito de su balance de crédito. El valor de este documento se expresaba en una moneda privada, el ecu de marc, que no era ni la libra francesa ni la lira italiana.
La ventaja de este sistema consistía en que la divisa era reconocida por una red internacional de banqueros. De esta manera, el comerciante lionés o sus agentes podían viajar a Florencia y obtener moneda local para comprar la lana si lo deseaban: solo tenían que acudir a un banco local a intercambiar su letra de cambio por liras. La cantidad acordada se cargaba en su cuenta. También se podía enviar este documento directamente al vendedor de lana, que podría redimirla en un banco florentino.
Gracias a este sistema, el comerciante no solo podía cambiar divisas, sino que podía trasladar su solvencia, reconocida en Lyon, a Florencia, donde nadie le conocía. Este sistema tan ingenioso fue uno de los primeros instrumentos financieros internacionales.
Todos estos ejemplos muestran parte del recorrido que han realizado los bancos a lo largo de la historia. Estas entidades forman parte de un sistema que surgió para dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos. Una labor que ha venido desarrollando al menos durante los últimos 4.000 años.