El 9 de noviembre tendremos la jornada de reflexión previa a las elecciones generales del 10N. Curiosa coincidencia, porque justo ese mismo día, hace treinta años, 14 después de la muerte de Franco, cayó el Muro de Berlín. En Alemania sigue prohibido el partido comunista por no haber renunciado al totalitarismo, pero aquí tenemos partidos, tales como Unidas Podemos o Más País, que tampoco han renunciado a ello, sino que han colaborado, o colaboran, con la dictadura marxista venezolana, o siguen simpatizando con la Cuba revolucionaria, o con las dudosas democracias de Nicaragua y Bolivia. ¿Cayó el Muro de Berlín o sólo a medias? Físicamente es indudable que fue derribado, salvo una parte, que se mantiene para no olvidar los 45 años de opresión comunista, que se instaló en la Alemania Oriental tras la derrota del nazismo, hasta 1989. Pero ¿y en la mente de las personas?
En España está muy vivo. Basta con mirar a la sesgada Memoria Histórica, que quiere ignorar que Franco salvó a España del comunismo, encabezado durante la Segunda República por el Partido Socialista Obrero Español marxista revolucionario. Su jefe principal fue Largo Caballero, por algo llamado el Lenin español, partidario de la revolución violenta, para tomar el poder a la soviética, como intentó en el golpe de estado de octubre 1934, que causó 1500 muertos. Ya lo había avisado anteriormente “Si no queréis, haremos la revolución violentamente” (El Socialista 9 de noviembre de 1933). Para derrotar a la sangrienta rebelión de 1934, se llamó a Franco, para dirigir desde Madrid, las operaciones, lo que le mereció para muchos el calificativo de “Salvador de la República”. Ya en el siglo XXI, pretender ignorar que la Segunda República iba por derroteros soviéticos, es no querer ver los hechos y datos objetivos. El desorden, el ataque a lo religioso y a la propiedad privada, no quisieron ser frenados por la recién implantada República de abril de 1931, que toleró la quema, apenas un mes después, de numerosos edificios religiosos en Madrid, Valencia, Sevilla, Murcia, Málaga, etc.
La Memoria Histórica pretende ignorar esos inaceptables violentos y sangrientos desórdenes revolucionarios y sólo quiere hablar del golpe militar de Franco de 1936, del lado nacional durante la Guerra Civil, y de la represión, que se realizó tras la Guerra Civil, la mayor parte de ella a través de la Causa General, olvidando que las guerrillas y el terrorismo, por parte de los perdedores, llevaron, al principio, a Franco a seguir utilizando las armas para lograr acabar la guerra. Hubo excesos antes, durante y después, pero cuando se miran las sacas, los paseíllos, las checas y Paracuellos, pretender que fueron sólo en el lado franquista es irrisorio.
¿Y todo ello por qué? Porque la derecha no se ha dado cuenta de que hay que derrotar total y completamente las raíces ideológicas de la izquierda revolucionaria. La derecha no sabe afirmar, con rotundidad, que no es la propiedad privada la que hace malo al hombre, sino que es éste quien hace malo el uso de la propiedad. Tampoco sabe denunciar que la concentración del poder económico en el sector público, no crea riqueza, sino pobreza. Franco dejó, en 1975, una España mucho más rica económica, social y en libertades que la que dejaron, en 1989, los regímenes de Ceaucescu y de todos los líderes comunistas de la Europa Oriental. La derecha no sabe decirle a la izquierda, con total firmeza, que el diálogo, la negociación y la democracia son el camino y que la violencia, la ocupación de la calle o el considerar enemigos irreconciliables, a quienes no piensan como ellos, no van a ser aceptados como instrumentos políticos. La derecha no sabe decirle a la izquierda que la sanidad pública no es mejor que la privada por el hecho de ser pública y que al ciudadano no le importa que el hospital sea público o privado, sino que le traten bien y que puedan disponer de un seguro que le cubra esta necesidad. La derecha no sabe decirle a la izquierda que la historia no es una historia de luchas de clases sino de explotadores y de explotados, porque una cosa son los intereses individuales y otra las clases. No sabe dejarle claro que la iniciativa privada y el mercado son esenciales para el empleo y la prosperidad y que las regulaciones deben ser coherentes. No sabe decirle que utilizar la palabra capitalismo para descalificar, implica no saber nada de economía. Tampoco sabe decirle a la izquierda que todas las instituciones públicas deben ser eficiente y mostrar costes de producción transparentes y razonables.
Pero la gran debilidad de la derecha, la que la hace incapaz de hundir el buque insignia de la armada de la izquierda, que es el marxismo, es doble. Por un lado, porque no sabe utilizar las frases de Marx para desafiar a la izquierda, a que diga si está, o no, de acuerdo con ellas “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”. “Los comunistas pueden resumir su teoría en una fórmula: abolición de la propiedad privada”. “El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante”. No hacer esta crítica radical al marxismo, deja a la derecha en una posición intelectualmente inferior a la izquierda. Es tanto como decir que el pensamiento “científico” marxista sigue siendo válido.
Sin embargo, lo peor es que la derecha, en el mejor de los casos, se ha quedado en Francis Fukuyama, en su famoso artículo “El fin de la historia”, escrito meses antes de la Caída del Muro, en el cual viene a decir que la sociedad humana moderna, con su desarrollo económico, sus leyes sociales, sus equilibrios institucionales y, en suma, con la universalización de la llamada “democracia liberal”, alcanzaría su último estadio. Fukuyama pensaba que los avances en la época de Gorbachov “han puesto el último clavo en el sarcófago de la alternativa marxista-leninista frente a la democracia liberal”, lo cual no es cierto pues basta pensar en China, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, así como en Iglesias, Errejón y Monedero y en el descalabro de la Grecia de Tsipras y de su partido Coalición de Izquierda Radical (Syriza). Por otra parte, también es cierto que la visión de Fukuyama, sobre el mundo futuro, era poco ilusionante, pues se limitaría a los retos “del cálculo económico, la interminable resolución de problemas técnicos, la preocupación por el medio ambiente, y la satisfacción de las sofisticadas demandas de los consumidores”. Aquí está el punto más flaco de la derecha, pues el Hombre Nuevo no aparece por ningún lado. El ideal futuro se reduce a una mera sociedad de consumidores, que perpetuaría las envidias entre quienes tienen mayor y menor nivel de consumo. Lo cual equivale a seguir concediendo la superioridad moral al marxismo y a su presunta preocupación por la justicia social.
No obstante, la raíz ideológica de la derecha está en el énfasis de la responsabilidad del individuo. Ello pone el foco en la cumbre de la pirámide de Maslow, en la autorrealización, y en la creación de un entorno, de un mundo de armonía. Curiosamente aquí aparece la teoría histórica de Arnold Toynbee, el reto de lo religioso como elemento integrador. ¿Qué es lo religioso sino la percepción consciente de nuestro auténtico ser y la toma de conciencia de la esencia de la armonía? El ser humano va más allá de la mera obediencia a la ley. Necesita comprender y vivir el amor como fuerza integradora, exigente y gratificante. Es el que debe inspirar nuestra actitud en todos los planos, con el universo, con la patria, con la sociedad, con la familia y con nosotros mismos. Requiere, ineludiblemente, la aplicación de principios éticos universales que, salvo excepciones, tan lejos se quedan de la actuación de la casta política la cual huye de la verdad y de la aplicación de un mismo rasero de medida. El siglo XXI va a ser un siglo de descubrimientos profundos del interior del ser humano. En la medida en que eso se logre, el Muro de Berlín y el Muro de la ignorancia caerán definitivamente y podremos crear el marco de convivencia democrática que, tan acertadamente, propugna nuestra Constitución en su preámbulo.