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LA BESTIA ESTATAL, INSACIABLE

La seguridad es una superstición
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La seguridad es una superstición

· Por Luis Sánchez de Movellán de la Riva, Doctor en Derecho. Profesor y Escritor

By Luis Sánchez de Movellán
domingo 22 de marzo de 2020, 12:37h

La seguridad aunque signifique una ausencia de peligro, amenaza o daño, es un estado que nunca se alcanza completamente y que convertiría nuestras vidas en estériles, si se diera en plenitud. Ya la intuitiva escritora sordociega, Hellen Keller nos alertó, advirtiendo que “la seguridad es más que nada una superstición…Evitar el peligro no es más seguro a largo plazo que la exposición directa”. A pesar de ello, intentamos siempre conseguir un cierto grado de seguridad, y cada uno de nosotros buscamos la protección ante los riesgos que nos inquietan. Mas recurrir al Estado en búsqueda de seguridad conlleva la pérdida de libertad. De todos es conocida la máxima de Benjamín Franklin, cuando nos enseñaba que “aquellos que renuncian a una libertad esencial para conseguir un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad”. No podemos renunciar a la libertad a cambio de seguridad porque son exactamente la misma cosa.

El Estado-Minotauro jouveneliano es el garantizador de seguridad más peligroso porque acaba arrebatando la libertad a cambio de promesas engañosas. Y ya que el Estado ejerce el “ monopolio legítimo de la violencia” -según teorizaba Max Weber- y actúa como un monopolio sin competidores, por ello es el peor proveedor de cualquier servicio, incluyendo la seguridad. Cuando el Estado nos promete seguridad, no tenemos ni la más mínima duda que nos está ofreciendo inseguridad en dosis elevadas. Cuando el Estado se afana en ofrecernos seguridad, los resultados son una cascada de mala gestión de recursos, creación de desasosiego y un aumento de depresión personal, social y colectiva.

La seguridad interna, concretada en el despliegue, abusivo y aterrorizante, de agentes armados del Estado, eclosiona en una cadena de abusos, discrecionalidades, actos gratuitos de fuerza y sibilinas corruptelas. La intervención estatal genera criminalidades encubiertas que erosionan profundamente los espacios de libertad del ciudadano y que sirven como excusa para restringir, cada vez más y de forma autoritaria, la libertad individual.

La policía gubernativa es una clara amenaza para la libertad y se hace más peligrosa su acción, cuando se conjuga con el despliegue de las Fuerzas Armadas. Es mas, entendemos que el Gobierno debería mantenerse alejado de la policía, pues aquél es una organización burocrática que no sirve teleológicamente a los administrados. Y siendo la policía una realidad importante de acción y de control, sería necesario desvincularla del gobierno como órgano político y abandonar la idea de que el gobierno la provea, pues siempre corremos el riesgo de que la propia policía acabe siendo un instrumento de represión política al servicio del ejecutivo de turno.

Cuando el Estado no se contenta con limitar su papel a la provisión estricta de la defensa y la seguridad, nos encontramos con la pretensión de querer abordar otros tipos de “seguridad”, con resultados inquietantes y torticeros. Pretende monopolizar la “seguridad en las pensiones”, la “seguridad energética”, la “seguridad de las telecomunicaciones”, la “seguridad de la información”, la “seguridad alimentaria”, la “seguridad asistencial”, la “seguridad sanitaria”…Toda la intervención en los mercados de abastecimiento, de energía, de las telecomunicaciones, y tantos otros, crean trastornos y disfunciones, no seguridad.

Frente a un gobierno que promete y ofrece seguridad, la ciudadanía capta que lo único que ofrece realmente es inseguridad. Por ello, la única seguridad que queremos es la que proporciona la extensión de la libertad. El Estado-Minotauro es un Estado caracterizado por la inseguridad; una inseguridad que fomenta la legislación caprichosa y totalitaria. La seguridad está siempre en entredicho dentro del Estado o es simplemente ficticia: la vida que le importa al Minotauro es la “nuda vida” -como decía Michel Foucault- y la propiedad también siempre está a disposición de las necesidades de la Bestia estatal.

La libertad y la propiedad, como sustento moral de nuestra vida, peligran frente al poder omnímodo del Estado-Minotauro, dirigido por oligarquías parecidas a las de Michels y “cristalizadas”, como las de Pareto; y administrado por burocracias de corte weberiano y extractivas, como las de Acemoglu. Por ello, nuestra vida -como dijera Alexis de Tocqueville- “no es ni un placer ni un dolor, sino un negocio muy serio que nos ha sido encomendado y que debemos llevar honrosamente hasta el fin”.

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