La pregunta podría cerrarse de manera simple y escalofriante: porque hay una parte de la sociedad vasca que las apoya, que las entiende, que las justifica, que las promueve. Y esa verdad indiscutible resulta, en sí misma, no sólo aterradora sino, al tiempo, repugnante. El próximo 18 de septiembre hay convocada una marcha para respaldar a uno de los peores criminales vivos de la historia de Europa: Henri Parot, a su vez, una alimaña que se encuentra en la parte alta de la lista de asesinos de la banda terrorista ETA.
Nada extraño puede sonar en esta iniciativa cuando va de suyo que hay un porcentaje muy significativo de la opinión pública en esa región de España que entiende que las muertes y las amenazas de ETA tenían un sentido, como interpretan de forma abyecta y bastarda los herederos de Batasuna, hoy apoltronados en las instituciones.
Lo lamentable, lo chocante, lo inaceptable, lo radicalmente penoso es que el Estado de Derecho, con sus armas que no son sino las legales, permanezca de brazos cruzados ante un anuncio de esta índole. ¿Alguien cree que en algún rincón del viejo continente se permitiría glorificar en público y en plena calle, con nombres y apellidos, a los genocidas nazis que usaban el gas para exterminar judíos?
No nos engañemos. ETA fue derrotada en su momento como organización armada. Nada más. Pero sus inicuas ‘ideas’ perduran. Y eso sólo revela dos hechos, más que latentes, evidentes. El primero, la naturaleza nauseabunda de las personas que las oxigenan. El segundo, la cobardía y la debilidad de una democracia, la española, que en modo alguno ha estado ni está a la altura de la entereza moral y la lección de integridad que siguen dando y llevando consigo las traicionadas (y aún hoy indefensas) víctimas del terrorismo.