Lo que se ve venir, por lejos que esté de la sorpresa, si resulta ignominioso nunca debe dejar de ser denunciado. Y así ha ocurrido con una escena terrible, en la Asamblea de Madrid, en la que la extrema izquierda de Podemos se ha retratado al vetar una proposición del Grupo Parlamentario Popular, y su diputada Almudena Negro, que reclamaba eliminar las subvenciones a las entidades “que fomenten el odio antisemita”: un mínimo común, se supone, para la democracia y, por consiguiente, para cualquier partido democrático.
Pero no es así. La formación morada ha vuestro a mostrar su doble vara de medir. Hay delitos de odio radicalmente condenables y, de acuerdo con este criterio de ida y vuelta, otros que pueden ser tolerables o asumibles, como los que se perpetran contra el pueblo judío o contra el propio Estado de Israel; víctimas, por lo visto, y si llegan a ser consideradas tales, de segunda.
No se trata simplemente de una muestra de insensibilidad palmaria sino, en el fondo, de una posición política vomitiva y más digna de cualquier conglomerado neonazi.
Por desgracia, y a pesar de la ignorancia y/o el desprecio de partidos como Podemos y otros sucedáneos comunistas, los incidentes (incluso los atentados) de índole antisemita son una constante en el mundo del siglo XXI. Y, por supuesto, generan temor e inseguridad entre las comunidades judías. También en los países con sistemas inclusivos y libres, mucho más allá del mundo árabe.
Sí. Se profanan cementerios, se atacan sinagogas o centros culturales, o monumentos conmemorativos del Holocausto, o instituciones cercanas a un pueblo aún hoy, y en determinados ámbitos facinerosos, de vandalismo y de barbarie, perseguido.
Todavía hay judíos que asisten con temor a servicios religiosos, o que sienten inseguridad al lucir distintivos con los que les puedan identificar, o al manifestar sus creencias o expresar su identidad cultural y que, por ello y lamentablemente, se autocensuran.
Diferentes Estados avanzados han reconocido en los últimos años y han dejado constancia de su voluntad expresa de ahogar los delitos de odio con motivaciones antisemitas, implementando ante ellos respuestas efectivas que neutralicen a individuos de distinta índole en su hostilidad y su violencia.
Ahora y aquí, en Madrid, esa izquierda que se da golpes de progresista, que se autodenomina como tal, y que tan fina muestra su piel ante ciertos tipos de discriminación comparece sin careta: farisea, facinerosa y totalitaria ante quienes son, injustamente y por su fe, perseguidos.