La coalición gubernamental socialcomunista, única en Europa, ha decidido marginar a la tauromaquia del “bono cultural” con el que pretende adoctrinar a nuestros jóvenes. Como si la cultura tuviera su decálogo, su tabla de Ruffini –la odiaba en mis años de bachillerato-, como si esa cultura estuviera sometida a fórmulas matemáticas con las que se pone o se quita en función del objetivo. No hay más límites que los que uno se quiera imponer en base a su decencia y sus valores, pero no, desde luego, los que me impongan en cuanto a lo que es o no cultura.
Manuel Martín Ferrand ya se quejaba en los años de la Transición que el diario El País, a su sección correspondiente, la denominara “La Cultura”, como si sólo hubiera una, a diferencia de cómo la llamaba el ABC, su periódico, con un lacónico “Cultura”, sin el artículo, lejos de poder condicionarla o marcarla.
En esa prepotencia muy habitual de la izquierda de arrogarse el mundo cultural, en el que no caben los que no piensan como ellos, Sánchez y Díaz, Díaz y Sánchez –tanto monta-, como si todo el que se considera progre ya tiene una especie de pasaporte exclusivo cultural, el gobierno más iletrado e inculto desde hace casi un siglo, ha excluido a los Toros de su particular chiringuito. Como hicieron con Garci en la élite del cine o a Pérez Reverte de la excelencia literaria, pongo por ejemplos.
Además, en su contumaz miopía, ignoran o desprecian que lo taurino, en la historia de España, ha sido más de izquierdas que de derechas, allá por la preguerra civil, cuando alrededor de la plaza de Las Ventas, por cierto, inaugurada durante la Segunda República, las clases más humildes deambulaban entre empresarios, ganaderos, cuadrillas o almohadilleros, y otros tantos servicios asociados a la Fiesta; conductores, mozos, areneros, maleteros y maletillas. No es de extrañar que artistas de toda condición se volcaran y bebieran de su arte. Alberti, Picasso, Bergamín o Lorca. Sorolla y Fortuny. Ortega, Valle Inclán o Marañón. Buñuel, Dalí. Albéniz o Penella, emblema musical de un género exclusivo español en todo el mundo, como es el pasodoble. La lista es interminable pues, al fin y al cabo, los Toros inspiraron la creatividad de literatos, poetas, músicos o pintores. Y nuestros actuales gobernantes, despreciándolos, ¿no son Arte?. El mismo Companys, presidente de la Generalitat, era gran aficionado y Barcelona gozó de tres plazas: Las Arenas, La Barceloneta y La Monumental. El primer pasodoble que se escuchó en un ruedo fue precisamente en la ciudad condal. Hoy están prohibidos en Cataluña por esta censura que padecemos.
Como Arte, la Tauromaquia está sacudida de cualquier ideología y forma parte del patrimonio histórico y cultural común de todos los españoles desde 2013, en ley aprobada por las Cortes por iniciativa popular. Cuando un toro no es para lidiar, el presidente saca el pañuelo verde para devolverlo a los corrales. Algo que muy seguramente ignoran Sánchez y Díaz, Díaz y Sánchez. Devuelvan este despropósito.